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La revelación de casos de científicos que compran autorías de artículos publicados en revistas especializadas en los que no participaron genera escándalo en Perú y proyecta inquietud en la región, donde también existen varios casos de investigadores involucrados en estos fraudes.

Esta venta de firmas potencia además las críticas a un sistema de publicaciones, incentivos y evaluación que gran parte de la comunidad científica considera agotado, como reflejan los expertos consultados por SciDev.Net.

En Perú, una investigación del programa Punto Final reveló cómo centenares de académicos de universidades pequeñas y medianas firmaron hasta 50 investigaciones en apenas un año. El periodista José Miguel Hidalgo se infiltró en el grupo de WhatsApp “Publiscopus”, bautizado así por la base de datos científica SCOPUS, que ofrecía a diario “convocatorias de coautores”.

Después de pagar US$ 550, su firma apareció en un artículo sobre las capacidades lectoras de niños en Grecia. Mientras que el autor principal era de ese país, todos los demás eran peruanos. El programa también mostró el caso de una docente que firmó decenas de papers sobre medicina junto a investigadores de Nepal, Pakistán e Irak.

Luego de esas revelaciones, el grupo donde se vendían autorías se eliminó, pero se abrió otro con 360 miembros.

SciDev.Net intentó contactar a cinco de ellos, tres de los cuales no respondieron. Una académica colombiana dijo desconocer el tema. Un colega chileno que prefirió permanecer en el anonimato reconoció que fue agregado, pero asegura que “olía todo a estafa” y que no participó porque promovía “una mala práctica”.

En Perú, las universidades privadas otorgan bonos de hasta 8.000 soles (unos US$ 2.000) a quienes publican investigaciones en revistas científicas internacionales. Las entidades estatales pagan hasta medio sueldo extra.

Otros países de la región funcionan con políticas similares: a mayor cantidad de artículos, mayor rango y mayores ganancias.

Un fenómeno global

La investigación periodística se había originado en el trabajo del médico e investigador Percy Mayta-Tristán, que detectó cuentas de Twitter indias y pakistaníes con los ofrecimientos. “Nos incorporaron a un chat de venta y ahí nos infiltramos. El 70 por ciento eran peruanos; el resto, latinoamericanos”, explica en diálogo telefónico.

Nahuel Monteblanco, presidente del grupo cientificos.pe, asegura a SciDev.Net que hay más redes en la región. Los vínculos sospechosos entre investigadores ecuatorianos e iraquíes, por ejemplo, han aumentado de 13 colaboraciones en 2021 a 109 en 2023, precisa Mayta-Tristán.

Uno de los posibles cerebros de esta clase de esquemas es el investigador indio Gunasekaran Manogaran, que —según otra investigación del diario español El País— montó una megafábrica de estudios que vendía autorías a investigadores asiáticos, ávidos por publicar en revistas importantes para lograr plazas o ascensos.

El ingeniero británico Nick Wise, que investiga fraudes científicos, calcula que ese grupo logró colar 1.250 estudios en medio centenar de revistas.

En respuesta a una consulta para esta nota, sugiere que el número de artículos fraudulentos “probablemente ronde los millares” y confirma que la mayoría de las afiliaciones cuestionadas en Latinoamérica provienen de Perú y Ecuador.

Otros casos en la región

En medio de su investigación, Mayta-Tristán también pudo confirmar la existencia de una organización asentada en Costa Rica, manejada por personas de Venezuela, dedicada a la “asesoría” de tesis y artículos, que garantiza su publicación más allá de su autoría real.

En Brasil, una empresa similar ofrece servicios de profesionales para la confección de trabajos académicos, disertaciones, proyectos de investigación y hasta tesis de doctorado.

Ante la consulta que realizó SciDev.Net para la redacción de un artículo científico sobre la incidencia del Alzheimer en América Latina, su plataforma web desplegó una oferta de 13 organizaciones y presuntos expertos (algunos con nombre y foto reales) dispuestos a hacerlo.

Entre los 1.806 “proyectos concluidos” (es decir, investigaciones vendidas) de un “equipo especializado en elaboración de trabajos”, por ejemplo, había escritos sobre “El imperialismo como etapa superior del capitalismo”, “El rol histórico de la universidad pública en Brasil” e —irónicamente— la elaboración de un código de ética para el sector público.

Un sistema agotado

Junto al aumento de la frecuencia y números especiales de las revistas internacionales, la consolidación de un sistema de evaluaciones cada vez más opaco contribuye a la complejidad del escenario.

“El citation index, creado a comienzos de los 60, era un reconocimento honorífico a los autores que habían alcanzado un mínimo de citas”, recuerda el biólogo peruano Rodomiro Ortiz. “Pero después se fue sofisticando con inventos como el indice h, que se centra en el mínimo de veces que fue citado un artículo”, en base a un algoritmo difícil de comprender para la mayoría de las partes.

“Publicar lleva tiempo, por eso los investigadores están siempre corriendo desde atrás”. Como consecuencia, algunos eligen “hacer cosas no del todo santas, como acompañar como autor en publicaciones en las que no trabajaron”.

Guillermo Simari, experto en inteligencia artificial

Ortiz, que reside en Suecia, también recibió ofertas irregulares, según cuenta a SciDev.Net. “Alguien que no conocía me escribió por mail para ser coautor de un tema de investigación agrícola en el que no trabajaba”, relata. En otra oportunidad le ofrecieron “fondos para investigación” a cambio de firmar trabajos en los que no había participado. Siempre se negó.

“Publicar lleva tiempo, por eso los investigadores están siempre corriendo desde atrás”, grafica el argentino Guillermo Simari, experto en inteligencia artificial. Como consecuencia, algunos eligen “hacer cosas no del todo santas, como acompañar como autor en publicaciones en las que no trabajaron (‘tú me pones de autor en las tuyas y yo te pongo en las mías’). Aunque nunca acepté esta estrategia, conozco casos que lo hacen”, asegura.

La solución, advierte, es cambiar la forma de medir la productividad científica, financiando las mejores ideas.

Así, iniciativas como el Manifiesto de Leiden proponen complementar aquellos índices con juicios valorativos de expertos, considerar la relevancia local de las investigaciones y generar procesos de evaluación más transparentes.

Las modalidades de acceso abierto a revistas y repositorios también contribuyen a democratizar la circulación del conocimiento científico.

Colocar todo el peso en la cuantificación de publicaciones y citas es una estrategia que se está agotando, recordaba en 2015 este sitio, que proponía enriquecer la ecuación considerando los beneficios concretos de la investigación para la vida de las personas.

Solo así podrá construirse una ciencia más de frente, y menos de espaldas, a toda la sociedad.

Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe de SciDev.Net