Por: Claudia Mazzeo
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[BUENOS AIRES] La autoproducción de alimentos por medio de huertas y granjas familiares, escolares y comunitarias facilita el acceso a productos frescos y saludables a más de 4 millones de personas de escasos recursos que viven en zonas urbanas, periurbanas, y rurales de la Argentina.
La iniciativa, denominada Pro Huerta, ha sido identificada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), como una de las pocas prácticas amigables con la biodiversidad en el mundo, en su reciente informe Biodiversidad para la Alimentación y la Agricultura.
Implementada por el Ministerio de Salud y Desarrollo Social y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), Pro Huerta propicia además el valor agregado en origen, el acceso al agua, la expansión de los cultivos autóctonos y la combinación de saberes tradicionales con la innovación tecnológica.
“La producción de alimentos diversos y sanos es un reto para la sociedad latinoamericana, considerando que en la región 8,4 por ciento de las mujeres y 6,9 por ciento de los hombres viven en inseguridad alimentaria severa”.
Hivy Ortiz Chour, Oficial Forestal de FAO para América Latina y el Caribe.
“La acción ininterrumpida, desde hace 29 años, del programa Pro Huerta, nos ha permitido conformar una red federal de nueve mil promotores voluntarios y 722 ferias agroecológicas. Trabajamos de manera coordinada con más de tres mil organizaciones, alcanzando a 640 mil huertas en todo el país”, dice a SciDev.Net Diego Ramilo, coordinador nacional de Transferencia y Extensión del INTA.
Pro Huerta nació en el Gran Buenos Aires, Rosario, Santa Fe y Mendoza y paulatinamente se expandió por todo el territorio argentino. El rescate de la agricultura tradicional ─sin pesticidas y reciclando la materia orgánica (compost)─, el mejoramiento de la diversidad de especies para generar una regulación natural de plagas, y el acortamiento de la distancia que separa al productor del consumidor son parte de sus premisas.
A través de agentes promotores locales, o de agencias de extensión, el programa acerca insumos, capacitación y asesoramiento técnico a los pobladores. Entre ellos, kits de 14 variedades de semillas no híbridas para el desarrollo de huertas familiares en 100 m2 de superficie, que contemplan los requerimientos nutricionales de consumo de hortalizas frescas para una familia de cinco integrantes.
Según Ramilo, uno de los beneficios de Pro Huerta es el autoconsumo. “La intermediación se queda con casi el 500 por ciento del valor de los productos en la Argentina. Algunos camiones con hortalizas recorren entre 500 y 700 km en la provincia de Buenos Aires, desde el sitio de producción hasta el lugar de consumo, adicionando costos ambientales y sociales”.
Hivy Ortiz Chour, Oficial Forestal de FAO para América Latina y el Caribe, dice a SciDev.Net que “la producción de alimentos diversos y sanos es un reto para la sociedad latinoamericana, considerando que en la región 8,4 por ciento de las mujeres y 6,9 por ciento de los hombres viven en inseguridad alimentaria severa”.
De acuerdo con las cifras de la FAO, en América Latina uno de cada cuatro adultos es obeso, al igual que el 7,3 por ciento de niños y niñas menores de 5 años. Entre las principales causas se incluyen el consumo de alimentos no saludables, altamente procesados, y el bajo consumo de alimentos sanos y nutritivos.
“El programa Pro Huerta usa los recursos naturales en forma integral; con consideraciones de uso eficiente de agua, enriquecimiento natural de los suelos, protección de la biodiversidad, valoración del conocimiento tradicional y la organización social, combina aspectos ambientales, sociales y económicos, lo que da relevancia y sostenibilidad a los procesos”, afirma Ortiz Chour.
“Por su escala, mantenimiento a lo largo de los años y movilización de recursos es un programa único en América Latina. ¿Cómo mejorarlo? Repensando la producción de huertas en pequeños espacios, promoviendo mayor articulación con otros programas, aumentando la capacitación y logrando la autoproducción de semillas”, comenta a SciDev.Net Javier Souza Casadinho, coordinador regional de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas en América Latina y docente de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
“También avanzando en la comercialización de productos y la certificación agroecológica”, añade.
Al respecto, Adriana Noacco, directora del Centro de Educación y Gestión Ambiental (CEGA) de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UBA, dice a SciDev.Net que: “La posibilidad de vender en circuitos comerciales el excedente de productos generados en huertas familiares, o comunitarias, requiere de un andamiaje normativo que garantice al consumidor la calidad de los productos. En la Argentina se está avanzando en ello”.
Pero el informe de la FAO, que emplea datos provistos por 91 países ─16 de ellos de América Latina y el Caribe─, pone también de relieve cómo la pérdida de la biodiversidad, causada por el cambio en el uso de la tierra, la contaminación, la sobreexplotación de recursos y el cambio climático, repercute sobre la agricultura y la disponibilidad de alimentos.
Diego Ramilo dice que: “La biodiversidad no está siendo dañada por los pequeños agricultores, ni por las comunidades aborígenes, sino por los grandes productores, que no respetan leyes como la que protege a los bosques nativos”.
De la mano de la expansión del modelo sojero, se destruyeron en Argentina más de 2400 000 hectáreas de bosques, desde 2008, 750 mil de ellas de especies protegidas.
“La acción de numerosas organizaciones que trabajan junto a Pro Huerta demuestra que es posible producir de forma amigable con el ambiente, conservando la biodiversidad y obteniendo alimentos de alto valor nutritivo, a costos razonables para la sociedad. Para ello se requiere en forma urgente de políticas de ordenamiento territorial, acceso a la tierra, al agua y al crédito, e incentivos a la producción de base agroecológica”, añade Ramilo.
Paradójicamente, el presupuesto asignado a Pro huerta ha descendido de aproximadamente US$ 13,3 millones en 2018, a US$ 1,9 millón este año, lo que implica una reducción estimada del 84 por ciento
> Enlace al informe de la FAO Biodiversidad para la alimentación y la agricultura (en inglés)