09/05/22

Q&A: “Generemos productos innovadores que sirvan y tengan impacto social”

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La argentina Silvia Goyanes, doctora en Ciencias Físicas, destaca el valor de la formación interdisciplinaria y la transferencia tecnológica. Crédito de la imagen: Claudia Mazzeo.

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A lo largo de su carrera como investigadora Silvia Goyanes ha logrado vencer numerosos estereotipos. En la década de 1990 estudió Física en la Universidad de Buenos Aires (UBA), una carrera elegida mayoritariamente por varones y en la que, para algunos profesores, 7 era “la nota femenina”, lo máximo a lo que una mujer podía aspirar.

Tras enfrentar a un profesor y rendir examen todos los viernes, a lo largo de dos meses, logró un 8 en Electrónica. “Por ser mujer, bastante bien”, le dijo el docente de la materia. Goyanes lo recuerda y un aire de triunfo, más que de rencor, domina su expresión.

Varios años después, con un posdoctorado en la Universidad del País Vasco, en España, su interés por incursionar en la investigación aplicada en el ámbito de la ciencia de los materiales despertó grandes resistencias dentro de la comunidad universitaria que, en ese entonces, privilegiaba el estudio de la mecánica cuántica, la física teórica o la óptica.

Pero, en lugar de desanimarla, eso la impulsó a trabajar para demostrar que el abordaje de los materiales está “en la frontera en la que se juntan la física, la química, la biología y la ingeniería”.

 

“Siempre creí que tenía que trabajar en temas de utilidad para las personas. Me parece terrible disociar a la ciencia de la gente. Ciencia y sociedad deben ir juntas”.

Silvia Goyanes, directora del Laboratorio de Polímeros y Materiales Compuestos del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA

Convencida de que la ciencia tiene como fin mejorar la vida de las personas, Goyanes cuestiona la prominencia que con frecuencia se da a los “papers” (artículos científicos) por encima de la transferencia de conocimientos a la sociedad.

Como directora del Laboratorio de Polímeros y Materiales Compuestos del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, donde también es profesora, suele recomendar a los jóvenes: “Más allá de las tesis de grado y los papers, generemos productos innovadores que sirvan y tengan impacto social”.

En los últimos años, Goyanes ha recibido numerosas distinciones en su país e Iberoamérica asociadas a sus desarrollos para mejorar la calidad de vida de la gente. Entre ellas, el premio Jorge Sábato 2021 en el área de Física, Matemática, Ciencias de la Computación y Astronomía, el Premio Ada Byron a la Mujer Tecnológica y Científica Argentina edición 2020; Premio Consagración en Ingeniería 2020, otorgado por la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; y Premio L’Oréal-UNESCO por la Mujer en la Ciencia 2018, en Argentina; entre muchos otros.

¿Qué la llevó a priorizar la aplicación de la ciencia?

Siempre me gustó la ciencia aplicada. Pero cuando hice un posdoctorado en la Escuela de Materiales de la Universidad del País Vasco, en 1998, me impactó ver que lo primero que te mostraban eran los convenios con las empresas. Se hacía ciencia básica como un modo de lograr estar al tope de la innovación, pero también había que relacionarse con las empresas.

En el grupo, las tesis debían estar vinculadas a problemas a resolver de las empresas. Trabajé en ftalatos en los materiales plásticos, en el PVC. Una empresa que hacía globos tenía dificultades con eso. Después participé en otros proyectos.

El grupo tenía excelencia académica, con papers de altísima calidad, pero también muchas patentes y productos en el mercado. No había visto nunca eso en mi país, Argentina. Supe enseguida que quería seguir ese modelo.

Después de su pasaje académico por el exterior, ¿cómo fue la vuelta a la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA?

En los primeros años fue muy complicada, porque me decían que lo que hacía no era física. Yo les respondía que, en Francia, Estados Unidos, España, había físicos trabajando en lo mismo que yo: el desarrollo de polímeros.

Me presentaba en los concursos y me preguntaban “¿dónde está la física en lo que haces?” Les explicaba que Marie Curie, física, había sido la única mujer en recibir el Premio Nobel de Física (1903) y de Química (1911) y que ellos estaban generando una involución, levantando nuevas fronteras entre ciencias.

Siempre creí que tenía que trabajar en temas de utilidad para las personas. Me parece terrible disociar a la ciencia de la gente. Ciencia y sociedad deben ir juntas.

Elegí trabajar en el desarrollo de materiales porque creo que con ello puedo generar un cambio. Entonces me parece importante que uno tenga la capacidad de innovar, y por eso hay que hacer ciencia básica. Pero si quiero que mi país se desarrolle tengo que poder transferir todo lo que aprendí.

Resulta llamativo ver la diversidad de desarrollos en los que ha trabajado: películas biodegradables y comestibles en base a almidón de maíz y mandioca para la industria alimentaria, filtros para descontaminar agua, paños para eliminar petróleo de superficies, textiles con propiedades antivirales. Y la lista sigue.

Es cierto que hay una diversidad temática, pero todas con un eje en común: los materiales y compuestos poliméricos.

Cuando en Estados Unidos se empezó a ver el avance de la nanotecnología en iniciativas para el desarrollo de la tecnología, comencé a hacer nanotubos de carbono con la intención de incluirlos en materiales.

¿Cuáles son los proyectos que considera sus ‘hijos’ dilectos?

Empezamos haciendo filmes comestibles. Por un lado, porque no impactan negativamente en el ambiente, pero además porque los podemos enriquecer agregándoles, por ejemplo, proteínas, o fósforo.

Trabajamos en resolver algunas dificultades, como la esterilidad y los costos, que son muy altos frente a los del polietileno, por ejemplo. Otro tema que me interesa especialmente es el agua potable.

¿Y qué hacen al respecto?

Estamos trabajando en un proyecto para remediación de arsénico, un contaminante natural del agua que afecta a varias provincias argentinas. Precisamente porque no se ve y no se percibe como riesgo, es un problema serio. Para peor, mucha gente cree que hirviendo el agua se soluciona todo, y al hacerlo, concentran más el arsénico.

Nosotros generamos membranas poliméricas mediante una técnica que se conoce como electrohilado o electrospinning. El resultado es como si tuvieses una tela de mosquitero, pero en la que cada uno de los hilitos es mil veces más delgado que un cabello y están muy juntos, impidiendo el pase de bacterias y microorganismos. Pero no así el del arsénico.

Para que esa membrana pueda retener este elemento químico le agregamos capturadores de arsénico, nanopartículas de un óxido de hierro que están metidas adentro de esa fibra polimérica para evitar que puedan dispersarse en el agua.

Esas telas sirven para otras aplicaciones como filtros de aire, mascarillas médicas, distintos filtros de agua o para el agro. Nos contactamos con gente de (la provincia argentina de) Misiones que va a emplearlas en las zonas rurales. También con especialistas de la provincia de Córdoba que están incorporando a estas mismas mallas bacterias que son remediadora del glifosato.

En esa misma línea, estamos usando quitosano y otros polímeros con la idea de aprovechar residuos para generar nuevos beneficios con el menor impacto ambiental.

Sobre la forma de enseñar que señaló antes, ¿cree que cambió en comparación con lo que usted vivió como estudiante?

Creo que al menos en los últimos años hay una mirada más abierta hacia la formación interdisciplinaria. Por ejemplo, yo estoy dando en Física una materia sobre polímeros y materiales compuestos, lo que hace veinte años era impensable. Algo similar ocurre en otras carreras como Biología o Química.

También veo en los jóvenes más interés por transferir conocimientos a la industria. El otro día escuché a una alumna preguntar si la meta de la universidad es formar investigadores que publiquen papers.

“Quiero escribir papers, pero también quiero vincularme con las empresas”, dijo en medio de una charla académica. Eso antes no se escuchaba.