22/06/22

Q&A: “el estereotipo social es una condena que acaba con muchos sueños”

Shioban Guerrero 1
Siobhan Guerrero Mc Manus dice que muchas mujeres trans quieren dedicarse a la investigación científica pero carecen de apoyo para lograrlo y, además, tienen que enfrentar los prejuicios sociales. Crédito de la imagen: Cortesía de Siobhan Guerrero Mc Manus para SciDev.Net

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“Mi trabajo propone herramientas para saber cómo podríamos discutir el papel de la ciencia en la formación de opinión pública y en la toma de decisiones en la esfera pública”, dice Siobhan Guerrero Mc Manus, graduada en biología y filósofa transfeminista, un posicionamiento que amplía el feminismo y reconoce a mujeres que no son cisgénero.

La actual académica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) jugó un papel clave en 2016 ante la aparición del Frente Nacional por la familia, un movimiento que proponía eliminar la “Ideología de Género” [sic] en el país.

“De repente aparece un discurso que se presenta como si fuera objetivo y muy científico”, recuerda. “Creo que logré demostrar que, si íbamos a encontrarnos de pronto con estos discursos sobre lo que dice la biología, entonces los estudios sociales y filosóficos de la ciencia eran aliados naturales para dar la discusión”.

Antes de doctorarse en filosofía estudió biología en la Facultad de Ciencia de la UNAM y allí, rodeada de lo que ella misma define como “rica diversidad”, entendió tempranamente que la ciencia para que sea bien hecha debe ser plural, autocrítica y muy diversa.

Siobhan sabe que es minoría en la academia y que la inclusión de mujeres transgénero en el sistema de investigación es, todavía, un sueño muy lejano para la mayoría de sus compañeras.

“Sería importante que hubiera más personas trans en la academia. Muchas lo desean, muchas quieren dedicarle la vida a eso, muchas son muy inteligentes y estamos tirando cerebros valiosísimos a tener vidas trágicas. Creo que sería un ejercicio fundamentalmente enriquecedor”, subraya.

En México y en toda la región la inclusión de personas trans en los ámbitos académicos sigue siendo un pendiente, ¿Cómo es posible lograr construir espacios más integradores?

En México se dice que ocho de cada diez mujeres trans se dedican en algún momento al trabajo sexual, es una estadística heurística realmente porque no es una estadística sólida producto de un trabajo muy bien armado. Lo comento con mucho respeto porque de repente a la gente se le olvida que las personas trans también tienen sueños de lo que les gustaría ser profesionalmente.

Muchas compañeras tienen sueños, y muchas quieren de dedicarse a la investigación y no han tenido la oportunidad por falta de apoyos para hacerlo. El estereotipo social es paradójico porque al mismo tiempo es una condena que te mantiene ahí y de alguna manera termina por llevar a que la gente se olvide que las personas tienen sueños y las personas trans también.

La academia debería tener más mujeres trans, justamente de las primeras cosas que yo aprendí cuando leí a Helen Longino –filósofa de la ciencia, feminista y profesora de la Universidad de Stanford en Estados Unidos– es que mientras más plural es una academia mejor es como academia. Ella dice que la objetividad es finalmente una intersubjetividad dialógica y crítica, y para que eso funcione tienes que tener una enorme cantidad de voces representadas.

“Sería importante que hubiera más personas trans en la academia. Muchas lo desean, muchas quieren dedicarle la vida a eso, muchas son muy inteligentes y estamos tirando cerebros valiosísimos a tener vidas trágicas. Creo que sería un ejercicio fundamentalmente enriquecedor”.

Siobhan Guerrero Mc Manus, bióloga y filósofa transfeminista

¿Cómo influyó en su recorrido académico esa diversidad que, según su percepción, había en la Facultad de Ciencias?

Cuando estudié biología era tan natural que no veíamos que teníamos muchas profesoras. El 60 o el 65 por ciento de las personas que nos daban clases eran profesoras y la verdad es que nos parecía normal, nos parecía lo más normal del mundo hasta que cruzábamos al edificio de física, de matemáticas o ingeniería.

También había profesores y profesoras que eran homosexuales, algunos de ellos abiertamente, y el efecto que se tenía sobre el propio estudiantado era muy positivo. A mí no me tocó realmente sentir que si yo salía del closet mis profesores no me iban a apoyar. Todo lo contrario, el ambiente era rico en personas, rico acompañamiento, en ciertas diversidades. Te generaba esta idea de que esto era perfectamente normal, pero cuando te movías a otros espacios te dabas cuenta que no era así, que había dinámicas de acoso, de violencia, de exclusión y de burla que por lo menos en biología no eran muy frecuentes. No es que no hubiera, pero era otra la dinámica del salón de clases. Yo creo que eso le hace bien a la gente y le hace bien a la ciencia.

Ha dedicado mucho tiempo a entender desde la filosofía de la ciencia cómo la biología aborda las diversidades sexogenéricas, ¿Cuando se hizo esa pregunta usted sabía que estaba construyendo una nueva forma de abordar los estudios de género en México?

Sabía que era algo novedoso, pero no sabía que a la postre eso me iba a llevar a reconocer convergencias con una serie de personas que en ese momento no conocía. Pero claro que años después caí en cuenta y me dije: ‘lo que estoy haciendo son estudios de ciencia y género’.

Cuando entendí eso empecé a detectar que había gente en otras partes del mundo haciendo cosas parecidas y me di cuenta de que estábamos convergiendo en una serie de preguntas y que había gente que llevaba haciendo esto mucho más tiempo en el campo de los estudios de ciencia y género. Pero también me di cuenta que realmente en México no había sido un tema que recibiera esta atención.

¿Cuál era la atención que se le daba en México a los estudios de ciencia y género?

Teníamos personas interesadas en ciencia y género, pero con preguntas más bien de índole demográfico. Profesoras que venían trabajando desde mucho antes, temas en la Facultad de Medicina o en los institutos de ciencias acerca de la composición de estas comunidades en términos de cuántos hombres, cuántas mujeres, cuántas mujeres en equipos de liderazgo, en puestos de dirección, eso sí se hacía. Pero yo no hacía este acercamiento demográfico, lo que hacía era tratar de entrar en los patrones explicativos de la biología de la genética, de las neurociencias y tener un diálogo de qué sesgos estaban presentes, cuáles eran los alcances reales de un patrón explicativo y yo creo que eso nadie lo estaba haciendo, por lo menos no así.

Siguiendo la pregunta que se hacía inicialmente sobre cómo la biología concibe las diversidades, ¿cuáles fueron algunos de los arribos de su enfoque?

Hoy en día la biología humana –y no solo la biología sobre los sexos genérico– es muy consciente de su propia historia como una disciplina que en el pasado ha defendido determinismos. Creo que ahora la gente que hace biología humana todo el tiempo está consciente de ese legado. Eso siempre se agradece, porque está el reconocimiento de que hay que ser prudentes en lo que se dice y también el reconocimiento de que en el pasado hubo sesgos.

Esa conciencia de los errores del pasado creo que nos han llevado a un nuevo momento. La gente que hoy hace biología humana está mucho más interesada en hacer, por ejemplo, un diálogo con las humanidades y las ciencias sociales; algo que en los años 70 y 80 habría sido inédito hoy es relativamente común.