01/03/23

Gabriela Montenegro: la prioridad es nutrir a las infancias

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Gabriela Montenegro Bethancourt es una de las siete mujeres científicas que ganaron el Premio para Mujeres Científicas que inician su carrera en el Mundo en Desarrollo 2023, otorgado por la Organización de Mujeres en la Ciencia para el Mundo en Desarrollo (OWSD) de la UNESCO y la Fundación Elsevier. 

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Este artículo contó con el apoyo de la Fundación Elsevier.

Gabriela Montenegro Bethancourt nunca imaginó dedicarse a la ciencia, pero el impulso de su madre y su gusto por el estudio la llevaron a desarrollar una carrera en nutrición enfocada en las infancias en Guatemala, uno de los países de la región con mayores índices de desnutrición.

De acuerdo con datos de UNICEF, Guatemala ocupa el primer lugar en desnutrición de América Latina y el sexto en el mundo. Prácticamente, la mitad de la población infantil del país padece desnutrición crónica. Además, hay un alto índice de enfermedades diarréicas agudas y una mortalidad infantil de 3,4 por ciento.

Por eso, para la experta guatemalteca, nutrir a las infancias se ha vuelto una prioridad científica y de política pública. Después de hacer la Maestría en Ciencias Biomédicas -Salud Pública- en la Universidad Libre de Ámsterdam y un doctorado en el Instituto para Nutrición Infantil en Dortmund y la Universidad de Bonn, en Alemania, Montenegro se ha fortalecido como una referente en nutrición infantil en la región enfocada en los nutrientes que pueden mejorar la dieta de niños y adolescentes de su país.

Por su trabajo científico y de intervención en las comunidades en Guatemala, Montenegro es una de las siete mujeres científicas que ganaron el Premio para Mujeres Científicas que inician su carrera en el Mundo en Desarrollo 2023, otorgado por la Organización de Mujeres en la Ciencia para el Mundo en Desarrollo (OWSD) de la UNESCO y la Fundación Elsevier.

Cursó estudios de higiene dental e ingeniería electrónica, pero de pronto su vida se volcó hacia la nutrición. ¿En qué momento decidió que quería ser nutricionista?

Desde niña supe que quería algo en salud, pero también quería ser escritora o artista. En realidad, nunca estuvo claro qué iba a ser en el futuro. La primera carrera que estudié fue higienista dental, que me puso en contacto con muchas comunidades.

Ahí me di cuenta de la precariedad en la salud de los niños rurales, y que no tenía que ver solo con los dientes, sino con la salud en general. Decidí estudiar odontología, pero deserté.

Entonces gané una beca para estudiar ingeniería electrónica biomédica en Estados Unidos, pero tampoco era lo que yo esperaba. Así que cuando volví a Guatemala, porque siempre quise volver, decidí que estudiaría nutrición, porque, más que la clínica, me llamó mucho la atención hacer investigación en nutrición.

Pero muchas de sus investigaciones tienen que ver con lo clínico, con resolver cosas en el terreno. ¿Cómo logra llevar su investigación más teórica a la vida de las comunidades?

Veo la teoría, por supuesto, como base de la ciencia, pero como guatemalteca, lo que he tratado y he aprendido es que hay que aplicar esa ciencia al contexto, mirar la cultura, mirar la realidad. Creo que eso me permitió tener los pies en la tierra.

En Guatemala, Montenegro trabaja también con niños de poblaciones indígenas.

Necesitamos posicionar la ciencia en Guatemala y que las acciones, programas y proyectos estén basados y construidos en un enfoque científico. Pero las verdades de la ciencia las debemos aplicar al contexto; traducir, por ejemplo, la información para que los temas de nutrición sean comprensibles.

Eso es un reto, sobre todo ahora que todos son expertos y coaches de nutrición, pero sin basarse en evidencia.

Un ejemplo es la hidratación, que fue un tema que estudié en mi maestría. Vimos que la recomendación está sobrevalorada. A menudo nos dicen que hay que tomar ocho vasos de agua, pero ¿de dónde sacaron esa cifra?

Las recomendaciones, especialmente en niños, son peligrosas, porque dependen mucho del contexto: la temperatura, la actividad física, el metabolismo, el acceso al agua, etcétera.

¿Qué elementos del contexto en Guatemala ha encontrado más desafiantes para hacer intervenciones en salud, especialmente para paliar la desnutrición?

Por ejemplo, Guatemala tiene 23 grupos indígenas, hablo específicamente de los garífuna y xinca. Entonces hay una gran diversidad cultural en un espacio geográfico muy pequeño. Esto tiene implicaciones en el idioma, no tenemos un idioma oficial y los mensajes siempre son diferentes. Y no solo es un tema de idioma sino de la cosmovisión de cada grupo.

Montenegro aboga por mejorar la educación de las madres, porque hay evidencia de que tiene impacto positivo en la nutrición de los niños.

Estas diferencias también tienen implicancias en la dieta. Hay muchos mitos, pero también muchas prácticas ancestrales que ya no son motivadas porque se han vuelto un tabú o un objeto de discriminación.

Existen otras cosas de la dieta que están siendo cambiadas por tanta influencia que tenemos de otros países, países del norte, sobre todo. Un ejemplo es la comida para bebés. Aquí no hay comida de bebés, comen lo que comen los adultos, pero eso cambia cuando se introducen otras ideas y productos que realmente no forman parte de nuestro contexto ni de nuestra historia.

La lógica nos diría que, por su riqueza geográfica, de ecosistemas y biodiversidad, Guatemala tendría un amplio y diverso acceso a los alimentos y, sin embargo, es uno de los países con peores índices en nutrición en el mundo. Desde su perspectiva ¿a qué se debe?

Creo que es algo multicausal, que se relaciona con el poco acceso a los recursos que tuvimos a lo largo de la historia. Aunque tenemos picos de producción de alimentos, no necesariamente contamos con el acceso económico o físico a ellos.

Culpo a los gobiernos, que nunca se han esmerado en cambiar el sistema de salud para garantizar que las personas tengan acceso a servicios de calidad. Porque la desnutrición es un tema de salud, y tiene que ser analizada como un tema integral.

Tenemos programas en los que se les da suplementos alimenticios a la gente, eso es importante, pero no puede ser lo único. Debemos ir cambiando el sistema de salud y generar programas basados en evidencia.

En cuanto a la desnutrición en Guatemala, ¿qué tipo de evidencia le parece que cualquier persona responsable de políticas públicas tendría que conocer?

Es complejo, porque para tener evidencia se necesita hacer revisiones sistemáticas y ver qué funciona, y para eso es necesaria información poblacional que en general no tenemos en Guatemala.

Pero, por ejemplo, una cosa que es importante y de lo que sí hay evidencia es del impacto que tiene mejorar la educación de la mamá en los indicadores de nutrición de los niños. Pero no es solo entregar información sino, de nuevo, adaptarla al contexto, porque cada comunidad es distinta.

¿Cuáles serían los cambios, a nivel nutricional, más fáciles de implementar para mejorar la nutrición en la población infantil?

Uno de los problemas de los niños en Guatemala es su baja talla y las implicaciones que tiene eso en su desarrollo y su aprendizaje. Así que una de las cosas que tenemos que hacer es seguir promocionando las prácticas de lactancia materna adecuada.

También es importante mejorar la higiene en el manejo de los alimentos, pues hay comunidades que no cuentan con refrigerador y guardan la comida a temperatura ambiente. Creo que hay prácticas que se pueden fortalecer para que esos contextos no se conviertan en un riesgo de salud.

También estamos desarrollando investigación sobre el huevo. Estamos haciendo un estudio en 1.200 niños de comunidades indígenas para evaluar el efecto que tiene agregar un huevo a la alimentación. El huevo tiene nutrientes que creemos pueden ayudar al crecimiento, pero no solo físico sino también su desarrollo cognitivo.

“Aquí muchas mujeres ya nacen con culpa, y nosotros las juzgamos aún más sobre cómo alimentan a sus bebés. Más que imponer nuestras ideas, debemos escucharlas, identificar las prácticas que sí están haciendo y proponerles opciones de acuerdo con su contexto”.

Gabriela Montenegro Bethancourt, nutricionista de la Universidad San Carlos de Guatemala

Siendo mujer científica latinoamericana, ¿cómo ha cambiado su forma de hacer ciencia en el trabajo con las comunidades?

Creo que algo importante ha sido salir del colonialismo. A veces las personas que hacemos ciencia queremos que se hagan las cosas como queremos. Nos hace falta escuchar.

Aquí muchas mujeres ya nacen con culpa, y nosotros las juzgamos aún más sobre cómo alimentan a sus bebés. Más que imponer nuestras ideas, debemos escucharlas, identificar las prácticas que sí están haciendo y proponerles opciones de acuerdo con su contexto.

A veces la ciencia extranjera puede tener grandes contribuciones, pero es aquí donde vemos qué de eso es verdaderamente posible.

Este artículo contó con el apoyo de la Fundación Elsevier, que forma parte del programa de responsabilidad corporativa de la editorial mundial Elsevier y se centra en el desarrollo sostenible en materia de género, salud, clima y reducción de las desigualdades.

Este artículo forma parte de una serie de tres entrevistas con mujeres influyentes de América Latina, fruto de la colaboración entre la Fundación Elsevier y SciDev.Net. Las tres mujeres participarán en un panel en la Conferencia Mundial de Periodistas Científicos (WCSJ) en Medellín, Colombia, en marzo, para discutir el género en la investigación.