21/12/09

Una buena década, pero aún falta mucho por lograr

En estos diez años China invirtió más del doble de su gasto en I+D comparado con la década pasada Crédito de la imagen: Flickr/IRRI Images

Enviar a un amigo

Los detalles proporcionados en esta página no serán usados para enviar correo electrónico no solicitado y no se venderán a terceros. Ver política de privacidad.

La última década demuestra notables avances en ciencia para el desarrollo, pero aún es insuficiente para lograr los compromisos claves.

¿Qué progresos ha logrado la ciencia en la política de los países en desarrollo en la última década?

Teniendo en cuenta su posición en las agendas socioeconómicas se revela un panorama mixto. Pero hay alentadoras noticias sobre el reconocimiento del valor de la ciencia.

En primer lugar, las principales historias de éxito. China, en particular, ha logrado cumplir muchas de las ambiciosas metas establecidas en la década previa e invirtió más del doble de su gasto en investigación y desarrollo (I+D), comparado con la década anterior.

En otras regiones también el crecimiento ha sido constante. En general, como lo revelan cifras del Instituto de Estadísticas de la UNESCO, el número de investigadores en el mundo en desarrollo creció más de 50 por ciento entre 2002 y 2007, mientras que el gasto en I+D creció tres veces más rápido que en el mundo desarrollado (ver Poor countries spending more on science).

Mucho se ha hecho, por lo tanto, para revertir las tendencias de gasto de las décadas de 1980 y 1990, cuando dominaron las políticas de ‘ajuste estructural’, seguidas luego de estrategias de gasto directo para el alivio de la pobreza. Con demasiada frecuencia la ciencia fue ignorada.

Pero queda mucho por hacer tanto en los países desarrollados como en los que están en vías de desarrollo.
Algunos apoyaron la ciencia…

Es fácil encontrar evidencia de un giro positivo hacia la ciencia por parte de los donantes. En Europa, por ejemplo, a países como Francia y Suecia que por largo tiempo han apoyado la cooperación científica, se les unieron otros a principios de la década, incluyendo al Reino Unido y, más recientemente, Alemania.

La Unión Europea está haciendo lo mismo. El apoyo a proyectos conjuntos con el mundo en desarrollo se ha vuelto un componente significativo de su reciente Programa Marco y la colaboración con África en particular, fue destacada en una cumbre África-UE en Lisboa en 2007.

Más recientemente, la llegada del Presidente Barack Obama en Estados Unidos ha abierto la puerta a esfuerzos similares a través del Atlántico. Incitada por la promesa de la ciencia como una herramienta para la ‘diplomacia blanda’, la administración Obama ha puesto la cooperación científica con el mundo en desarrollo — particularmente en el Medio Oriente — de vuelta en la agenda de Washington (incluso sin que sea en una forma explícitamente compartida en Europa).

Otros países, principalmente Australia y Japón, también parecen deseosos de avanzar en la misma dirección. Y esta década el Banco Mundial, — previamente un acérrimo partidario de las políticas de ajuste estructural — ha vuelto a priorizar el desarrollo de capacidad científica en sus políticas de préstamos.

…pero otros pararon en seco

Hasta aquí todo bien. No obstante, en la década del 2000, a menudo también vemos que los políticos se llenan la boca hablando sobre la ciencia para el desarrollo, pero rara vez esto se refleja en un respaldo financiero.

Un buen ejemplo son las reuniones anuales de las naciones industrializadas del G8. Durante la primera mitad de la década cada vez se hablaba más sobre la importancia de promover la ciencia para el desarrollo. En la cumbre de Gleneagles en 2005 en Escocia, los líderes apoyaron una ‘red de centros de excelencia’ en África e implícitamente se comprometieron a aumentar el financiamiento de forma significativa.

Pero hacia el fin de la década, las reuniones perdieron impulso a medida que los líderes del G8 debieron lidiar con la crisis financiera que amenazaba todas las estrategias de desarrollo, así como con los desafíos del cambio climático. Al llegar este año a la reunión de L’Aquila, en Italia, la ciencia había desaparecido por completo de la agenda del G8.

En África, también, la ciencia para el desarrollo ha tenido una historia desigual. Lo destacado fue quizás la cumbre de la Unión Africana en 2007, a la que asistieron muchos jefes de Estado y ministros, y cuyo objetivo era consolidar el apoyo político a la ciencia e incluir un compromiso para aumentar el gasto de I+D hasta llegar al uno por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de cada país.

Algunos países, desde Ruanda y Tanzania en el este de África, hasta Egipto y Marruecos en el norte y Sudáfrica en el sur, han ido aumentando sostenidamente su inversión en ciencia. Pero el promedio de gasto en I+D sigue siendo de sólo 0,4 por ciento del PIB del continente.

La Unión Africana continua debatiendo vigorosamente sobre cómo cumplir con los compromisos, pero el progreso sigue lento. Por ejemplo, el Plan de Acción Consolidado, adoptado con gran fanfarria en 2005 como el plan maestro para el renacimiento científico de África, es poco más que una lista de deseos (aunque con fondos de donantes independientes se ha logrado avanzar en algunos de sus componentes, como el African Institute of Mathematical Sciences en Sudáfrica y las instalaciones del Biosciences Eastern and Central Africa.
Y el tan anunciado Fondo Africano de Ciencia e Innovación todavía debe ver la luz del día.

La ciencia prueba su valor

Así, en general, la década pasada es un escenario mixto. Pero no se pueden ignorar otros factores positivos.
Primero, pese a todas las alzas y caídas de los fondos, la ciencia para el desarrollo ha vuelto claramente al centro del debate, tanto en las políticas de cooperación de los países en desarrollo como en las prioridades nacionales de muchas naciones desarrolladas.

Segundo, se está aceptando de forma creciente que la ciencia debe ganar su lugar en la mesa demostrando su valor, no asumiendo que tiene autoridad. La ciencia ahora no es vista como un mágico conductor de la política de desarrollo, sino sólo un componente de un complejo sistema de innovación en el cual otros factores (como la transferencia tecnológica y las políticas de propiedad intelectual) son igualmente importantes.

Tercero, hay un creciente reconocimiento de que, para que la ciencia mejore el desarrollo y para que las políticas de desarrollo se basen en evidencia científica, los resultados de la investigación deben comunicarse de forma exacta a quienes general las políticas y al público.

Los logros en cada una de estas áreas no necesariamente logran titulares. Pero siguen siendo centrales para cualquier esfuerzo por poner a la ciencia en el corazón de la política de desarrollo. Y, por supuesto, dar cuenta de tales esfuerzos seguirá siendo central para la misión de SciDev.Net en lo que parece ser otra década llena de acontecimientos.

David Dickson
Director, SciDev.Net