12/11/10

Pérdida de biodiversidad: ahora viene la parte difícil

La conferencia condujo a acuerdos cruciales y concretos, necesarios para detener la pérdida global de especies naturales y sus hábitats Crédito de la imagen: Flickr/Douglas Brown

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La cumbre sobre biodiversidad celebrada en Nagoya el mes pasado llegó a acuerdos importantes. El reto es asegurar que se implementen.

Cómo cambian las cosas en un año. A finales del 2009, aquellos que clamaban por una fuerte acción internacional para combatir los efectos del cambio climático esperaban con optimismo una reunión de alto nivel en Copenhague donde se lanzaría un nuevo compromiso mundial para reducir las emisiones de carbono. 

En contraste, a los defensores de la biodiversidad les costó mucho trabajo generar apoyo político y tuvieron que enfrentar el incómodo hecho de que probablemente no lograrían la ambiciosa meta que establecieron al principio de la década para alcanzar “una significativa reducción en la tasa de pérdida de biodiversidad” en 2010. 

La reunión de Copenhague estuvo lejos de cumplir con las expectativas. Y muchos temen que no surgirán logros significativos en la próxima reunión de signatarios de la Convención Marco de Cambio Climático de las Naciones Unidas, que tendrá lugar el próximo mes en Cancún, México. 

Sin embargo, la reunión de signatarios de la Convención sobre Diversidad Biológica (CDB) realizada el mes pasado en Nagoya, Japón, tuvo un éxito inesperado. En particular, condujo a varios acuerdos claves sobre pasos concretos necesarios para detener la pérdida global de especies naturales y sus hábitats. 

Acceso y beneficios compartidos 

Lo que viene ahora, sin embargo, se mantiene incierto. Todo ahora depende de que los compromisos hechos en Nagoya se pongan en práctica. Y eso no puede ser garantizado, particularmente en un momento en que los efectos de la crisis financiera mundial continúan sintiéndose de forma aguda. 

Tomemos, por ejemplo, uno de los documentos claves acordados en Nagoya, a saber, un principio de acuerdo sobre cómo los beneficios que genera la explotación comercial de recursos genéticos debiera compartirse con las comunidades que descubrieron sus propiedades útiles. 

Desde que se firmó el CDB en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro hace casi 20 años —dando a los países el derecho a “soberanía nacional” sobre tales recursos mientras se consagraba el principio de los beneficios compartidos— ha habido incertidumbre sobre cómo esos acuerdos debieran ponerse en práctica. 

La indecisión ha conducido frecuentemente a un punto muerto, con científicos que no han podido llevar a cabo investigación legítima sobre recursos genéticos debido a la falta de permisos necesarios, y comunidades frustradas ante el fracaso en la materialización de los beneficios prometidos. 

Es de esperar que el acuerdo alcanzado en Nagoya cambie el escenario. El llamado protocolo sobre acceso y distribución de beneficios (ADB) —que todavía requiere ser ratificado— establece procedimientos claros que deberán implementar los signatarios para asegurar que se minimicen los obstáculos a los investigadores y que los beneficios comerciales de los resultados de la investigación, por ejemplo, de patentes otorgadas a empresas farmacéuticas, se distribuyan apropiadamente. 

Pero el acuerdo aún deposita una importante responsabilidad en los propios países para asegurar que se lleve a cabo su implementación efectiva.
 
Objetivos alcanzables 

Asimismo, hay un enfoque sobre los nuevos objetivos para reducir la pérdida de biodiversidad —que ha sido muy bien recibido— y que se ha visto incentivado por el argumento de que la naturaleza provee una variedad de servicios “ecosistémicos” —tales como purificación del agua— que la iniciativa de Naciones Unidas sobre Economía de Ecosistemas y Biodiversidad calcula en US$2.000 a US$5.000 trillones al año

Pese a las claras ganancias económicas que resultan de prevenir la futura pérdida de tales sistemas, el bochornoso fracaso en alcanzar los objetivos previos fue en parte el resultado de su relativa falta de precisión, haciendo difícil para los países individuales poner en operación el objetivo. 

Aprendiendo de sus errores pasados, los delegados en la cumbre de Nagoya acordaron metas que son más realistas y, por lo tanto, más alcanzables. Por ejemplo, se logró consenso sobre un compromiso explícito en 20 objetivos concretos, tales como reducir a la mitad la pérdida de hábitats naturales —incluyendo bosques— en 2020, y aumentar la cantidad de territorio catalogado como reserva de la naturaleza de 13 a 17 por ciento en el mismo período. 

En forma similar, se acordó que la proporción de áreas marinas y costeras a nivel mundial designadas como reservas se incrementarán de uno a diez por ciento. Y para contribuir a asegurar que esos compromisos se logren, los países individualmente acordaron generar objetivos nacionales vinculantes en 2012. Pero incluso eso no garantiza que éstos se alcanzarán. 

Razones para el optimismo 

Inevitablemente, hubo quienes fueron menos entusiastas sobre el resultado de la cumbre de Nagoya. Los grupos ambientalistas, por ejemplo, habrían querido compromisos más sólidos (tales como regímenes de cumplimiento legalmente vinculantes), y sus seguidores reclamaron que reducir el valor del medioambiente natural a estadísticas económicas era muestra de dejar que los factores financieros dominaran la discusión, lo que, a su juicio, es indeseable. 

Los detalles sobre cómo la distribución de beneficios funcionará en la práctica siguen siendo poco claros, aunque es probable que a las compañías que usen recursos genéticos se les solicitará contribuir a un fondo internacional para financiar investigación y proyectos destinados a proteger la biodiversidad en los países en desarrollo. 

Los países africanos sintieron que su poder de negociación se debilitó al delegar responsabilidades a nivel nacional, más que regional o continental. Y está lejos de ser cierto que el mundo desarrollado pensará en las necesidades financieras para asegurar que los acuerdos alcanzados en Nagoya sean completamente implementados. 

No obstante, hay motivos para el optimismo. Se ha presentado y acordado un claro camino para prevenir próximas pérdidas innecesarias de biodiversidad. Ahora es esencial que los países desarrollados y en desarrollo por igual establezcan los compromisos financieros y políticos requeridos para avanzar en ese sentido. 

David Dickson
Director, SciDev.Net