23/12/09

Nutrición, clave para reducir tasas de infección

Suministro de vitamina A, iniciativa habitual para salvar la vida de los niños en muchos países Crédito de la imagen: Flickr/Julien Harneis

Enviar a un amigo

Los detalles proporcionados en esta página no serán usados para enviar correo electrónico no solicitado y no se venderán a terceros. Ver política de privacidad.

Micronutrientes ayudan a combatir enfermedades; es hora de transformar el conocimiento en acción, dicen Andrew Thorne-Lyman y Wafaie Fawzi.

La desnutrición en mujeres y niños es la causa primaria de tres millones y medio de muertes al año. En países en desarrollo, explica más de un tercio de la morbilidad en niños menores de cinco años.

En el ser humano la desnutrición daña las defensas, mientras las infecciones agotan las reservas de energía y nutrientes, lo que a su vez las hace más frecuentes y graves. Desnutrición e infección se unen así en un círculo vicioso que deteriora el estado de salud y a veces puede provocar la muerte.

Este ciclo es particularmente frecuente en países en desarrollo, donde se genera un caldo de cultivo propicio para enfermedades infecciosas como el sarampión, la tuberculosis (TB), las enfermedades diarreicas y el VIH/SIDA, a menudo con consecuencias devastadoras.

Parte del problema es que la carencia de vitaminas y minerales (micronutrientes) resulta menos visible que la desnutrición por proteínas, siendo ésta ampliamente difundida en países en desarrollo y constituye una de las principales causas de muerte y discapacidad.

Primeras evidencias

La evidencia que asocia a las enfermedades infecciosas con la desnutrición por carencia de micronutrientes se remonta a la década de los treinta, cuando las propiedades ‘anti-infecciosas’ de la vitamina A concitaron gran atención por parte de los investigadores y de la sociedad en general. El interés surgió a partir de estudios que indicaban que animales y humanos con deficiencia de vitamina A sufrían una susceptibilidad anormal a las infecciones respiratorias.

Otras investigaciones tempranas confiaban en el prometedor aceite de hígado de bacalao (fuente rica en vitaminas A y D) y la luz solar (utilizada por el organismo para producir vitamina D) como tratamientos corrientes para la tuberculosis.

Sin embargo, el interés por usar estos micronutrientes para estimular las defensas se desvaneció con la introducción de los antibióticos. No fue sino hasta fines de los años setenta que los científicos comenzaron a estudiar en serio la relación entre micronutrientes e infecciones humanas, en parte a raíz de resultados de investigaciones que asociaban la deficiencia de vitamina A en niños indonesios con un alto riesgo de diarrea, enfermedades respiratorias y muerte.

Hoy día sabemos que la carencia de vitamina A y de cinc incide en la muerte de un millón de niños al año. También se sabe que la deficiencia de otros micronutrientes como el hierro, el ácido fólico, el selenio y las vitaminas B, C, D y E altera importantes funciones del sistema inmunológico y suele producirse en personas con enfermedades infecciosas crónicas como la TB y el VIH/SIDA.

En forma para vencer

Asimismo, un creciente número de investigaciones demuestra que el abordaje de la desnutrición por carencia de micronutrientes tiene un alto impacto en la prevención y el tratamiento de la enfermedad infecciosa.

Por ejemplo, ensayos clínicos revelan que los suplementos de vitamina A reducen en promedio un 23 por ciento la mortalidad en niños de edad preescolar, aunque hay dudas sobre su seguridad y eficacia en menores de seis meses y en personas infectadas por VIH.

El cinc es otro micronutriente muy promisorio para salvar vidas: estudios ponen de manifiesto que la mortalidad infantil por diarrea disminuye a la mitad si se administran suplementos de cinc como parte del tratamiento.

El ensayo con suplementos de diferentes micronutrientes como complemento del tratamiento farmacológico de la TB también ha arrojado resultados promisorios, con una reducción de la mortalidad y un mayor éxito de la terapia. No obstante, es necesario profundizar más en el estudio de su eficacia en el caso de la TB susceptible a fármacos y la TB multirresistente.

Además, los suplementos de micronutrientes podrían ayudar a las personas que viven con VIH/SIDA. Pese a la rápida difusión de la terapia antirretroviral en países en desarrollo, el VIH continúa siendo la principal causa mundial de muerte por enfermedades infecciosas. Es frecuente la coinfección con la TB y en personas infectadas con una o ambas enfermedades se encuentra ampliamente documentada la carencia de múltiples micronutrientes.

La toma diaria de suplementos multi-vitamínicos ha moderado el avance del VIH en varios estudios de observación y ensayos aleatorios, al tiempo que ha disminuido de forma significativa el riesgo en recién nacidos con muy bajo peso, en aborto espontáneo y en eventos adversos en mujeres embarazadas seropositivas.

Los suplementos de micronutrientes ofrecen una vía económica para mejorar la salud de las personas con VIH, aunque por supuesto no suplantan la terapia antirretroviral, que salva vidas.

Llevarlo a la práctica

Tanto los tomadores de decisión como los investigadores en nutrición reconocen que las intervenciones micronutricionales son herramientas costo-efectivas para mejorar la salud. En 2008, el Centro del Consenso de Copenhague, un grupo de reflexión con sede en Dinamarca, reunió a destacados economistas y premios Nobel a fin de elaborar un listado de prioridades para el desarrollo. Las intervenciones micronutricionales fueron elegidas como la prioridad número uno entre más de cuarenta alternativas posibles.

Cierto número de donantes y comunidades de salud han adoptado este tipo de intervenciones. Por ejemplo, tratar el sarampión con vitamina A ya es una medida sanitaria habitual y en muchos países las campañas semestrales de distribución de cápsulas de esta vitamina constituyen iniciativas rutinarias destinadas a la supervivencia infantil.

Aun así, la financiación de programas de nutrición, no solo los de micronutrientes, continúa siendo muy exigua y los avances en la aplicación práctica de los resultados de investigación han sido variables.

Por ejemplo, tanto la UNICEF como la OMS han publicado declaraciones en las que apoyan los suplementos de cinc junto con la terapia de rehidratación oral como abordaje estándar de la enfermedad diarreica.

Sin embargo, la difusión de políticas y programas ha sido lenta y ha tropezado con problemas de financiación y dificultades para formular políticas públicas nacionales.

Además, algunas intervenciones micronutricionales, como las de VIH o TB, aún aguardan ulteriores ensayos de confirmación o bien su ejecución a gran escala todavía no ha sido recomendada.

Las intervenciones de micronutrientes constituyen una estrategia de bajo costo para lograr reducir considerablemente las muertes y la discapacidad debidas a la enfermedad infecciosa, aunque aún no cuentan con los fondos suficientes. Donantes y gobiernos de países en desarrollo deberían intensificar las intervenciones para mejorar la nutrición y reducir así la carga de la enfermedad infecciosa. Ya es hora de traducir los resultados de los estudios científicos sobre micronutrientes y enfermedad infecciosa en programas eficaces de amplio alcance.

Andrew Thorne-Lyman es estudiante de doctorado y Wafaie Fawzi, profesor de nutrición y epidemiología de la Escuela de Salud Pública de Harvard (Estados Unidos).