03/03/09

El problema de la clasificación en las universidades

Las universidades ubicadas en los mejores puestos reciben más solicitudes de inscripción. Crédito de la imagen: Flickr/mark.taber

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La obsesión por las universidades mejor clasificadas impide un sistema mundial de educación superior de primer nivel, afirma Ellen Hazelkorn.

Pocas personas del ámbito de la educación superior ignoran que las universidades están clasificadas según su capacidad de atraer gente con talento y de generar nuevos conocimientos, a través del número de publicaciones o citaciones lo cual determina la calidad de la investigación.

La revista US News and World Report (UNSNWR, por sus siglas en inglés) comenzó a brindar información sobre las universidades estadounidenses en 1983. Desde entonces, se crearon clasificaciones nacionales en más de 40 países. Si bien los rankings mundiales son más recientes, son cada vez más influyentes: el Academic Ranking of World Universities (SJT) de la Universidad Jiao Tong de Shanghai comenzó a publicarse en 2003. Luego le siguieron el Webometrics y el Times Higher Education QS World University Ranking (THE-QS) en 2004, el Performance Ranking of Scientific Papers for Research Universities de Taiwan en 2007 y el World’s Best Colleges and Universities de la UNSNWR en 2008. Por su parte, la Unión Europea ha anunciado la creación de un ‘nuevo sistema multidimensional de clasificación de universidades de alcance mundial’ que se pondrá a prueba en 2010.

Carrera hacia la cima

A pesar de que existen más de 17.000 instituciones de educación superior en el mundo, parece haber una obsesión por las 100 mejores universidades, ninguna de las cuales se encuentra en África o América del Sur.

En sus comienzos, las clasificaciones iban dirigidas a los estudiantes universitarios y sus padres. De hecho, la investigación internacional ha demostrado que los estudiantes con alto rendimiento académico creen que una universidad bien posicionada supone beneficios especiales, en términos de mejores oportunidades laborales y calidad de vida. Al mismo tiempo, las universidades mejor posicionadas ven crecer las solicitudes de inscripción, mientras que las más rezagadas experimentan un descenso de la matrícula.

Sin embargo, hoy en día las clasificaciones influyen las opiniones y decisiones de una amplia gama de actores implicados. Y las propias universidades usan los rankings de muchas maneras, a veces sensatas y otras caprichosas.

¿Quién usa los rankings?

Las clasificaciones afectan las decisiones de las universidades en materia de cooperación internacional. Este tipo de alianzas ha cobrado una importancia estratégica para la investigación, los contenidos curriculares y los intercambios entre alumnos y docentes. De acuerdo con una encuesta internacional, el 57 por ciento de los entrevistados afirmó que la clasificación de su propia institución influía en la decisión de formar alianzas por parte de investigadores de otros establecimientos de educación superior y el 34 por ciento manifestó creer que las clasificaciones condicionaban el ingreso de la institución en organizaciones académicas y profesionales.

Además, las universidades emplean las clasificaciones como criterio interno para decidir con qué instituciones se asocian. Por ejemplo, Ian Gow, ex rector de la Universidad de Nottingham de Ningbo (China) ha indicado que las autoridades del gobierno instan a las instituciones locales a limitarse a las 20 instituciones extranjeras más destacadas a la hora de establecer alianzas. Académicos de otra procedencia también han confirmado que difícilmente considerarían cooperar en investigación con una universidad mal posicionada a menos que la persona o el equipo fueran excepcionales. Esta situación supone desventajas importantes para los nuevos establecimientos o aquellos ubicados en países en desarrollo.

Los patrocinadores también consultan las clasificaciones cuando evalúan qué universidad ofrece mejor imagen de marca y rendimiento de la inversión. Deutsche Telecom reconoce haber empleado las clasificaciones para elegir las cátedras que apoya, en tanto que Boeing anunció que tendrá en cuenta estadísticas sobre desempeño al seleccionar "qué universidades (…) participarán de los 100 millones de dólares que destina (…) al apoyo del trabajo académico y la formación complementaria”.

Las universidades establecen prioridades y asignan recursos privilegiando las disciplinas académicas y las áreas de investigación que contribuyen a mejorar su clasificación. Muchos gobiernos usan las clasificaciones cuando toman decisiones de asignación de recursos y acreditación institucional.

Las clasificaciones también afectan a los alumnos que buscan apoyo del gobierno para estudiar en el extranjero: por ejemplo, en Mongolia y Qatar, las becas se conceden sólo a los estudiantes que ingresan a las universidades internacionales mejor clasificadas.

Las clasificaciones también pesan cuando los gobiernos tienen que reconocer la formación adquirida en el extranjero: en el caso de Macedonia, la titulación se acepta automáticamente si ha sido otorgada por una de las primeras 500 universidades que aparecen en el THE-QS, el SJT o el USNWR.

Otro grupo que recurre a menudo a las clasificaciones para medir el posible éxito de los graduados lo conforman los empleadores, quienes se resisten a contratar personal egresado de universidades con bajo puntaje.

Consecuencias no deseadas

Por todo lo dicho, no aparecer en la clasificación puede significar que una universidad sea invisible a los ojos de los estudiantes de doctorado, los investigadores de primer nivel mundial, los socios académicos y los benefactores.

Dado que las clasificaciones se elaboran sobre la base de mediciones y datos que se adaptan mejor a la realidad de las ciencias de la vida, otras áreas, como las letras, las humanidades y las ciencias sociales sufren las consecuencias. Lo mismo sucede con las disciplinas profesionales, como la ingeniería, los negocios y la educación, que carecen de una tradición sólida en publicaciones revisadas por pares.

Las clasificaciones han aumentado el valor del estatus y el prestigio de las universidades, imponiendo un fuerte sesgo hacia las instituciones tradicionales y con recursos de los países desarrollados, por lo general las escuelas de medicina. Es un sistema que impide a las universidades de los países en desarrollo competir con los gigantes de Estados Unidos o Europa. Así, es probable que se ensanche la brecha entre la educación de élite y la educación de masas, y entre las universidades del mundo desarrollado y las del mundo en desarrollo.

Un problema concreto es que las clasificaciones perpetúan una única definición de calidad en un momento en que las instituciones de educación superior, y sus objetivos, se diversifican. Al concentrarse exclusivamente en la intensidad de la investigación, quedan al margen otras dimensiones, como la enseñanza y el aprendizaje, el compromiso de la comunidad educativa, la misión y la innovación, además del impacto socioeconómico del establecimiento.

Así mismo, las instituciones de educación superior son organizaciones complejas, con sus fortalezas y debilidades en los diferentes departamentos y actividades que realizan. La definición de excelencia puede variar según los criterios, indicadores y ponderaciones que se utilicen. Puesto que las clasificaciones proceden por adición de puntos, la complejidad de la educación superior se ve reducida a un resultado final de un dígito que exagera las diferencias.

A pesar de las críticas, los gobiernos de China, India, Japón y Corea, entre otros, esperan crear sus propias universidades de primer nivel.

Primer nivel mundial

Por supuesto, las clasificaciones pueden ayudar a reformar y modernizar la educación superior, e incentivar a las universidades a que profesionalicen los servicios y la administración, y mejoren la calidad de las carreras que imparten, así como las instalaciones donde desarrollan su tarea estudiantes y profesores.

Pero en lugar de concentrar recursos en un puñado de universidades de élite, el objetivo debería ser construir un sistema mundial de educación superior de primer nivel. Los gobiernos deberían fijarse la meta de desarrollar una amplia gama de universidades, cada una con su conocimiento experto de excelencia en determinada especialidad, para atraer estudiantes de alto rendimiento académico y mano de obra muy calificada. Construir tal sistema mundial de educación superior de primer nivel permitiría que los países movilizaran y aprovecharan el potencial del sistema en su conjunto para beneficio de toda la sociedad.

Ellen Hazelkorn es Directora de Investigación y Empresa, y decana de la Escuela de Investigación de Posgrado del Instituto de Tecnología de Dublín (Irlanda). También dirige la Unidad de Investigación sobre Políticas de Educación Superior.