09/10/09

Buenas y malas noticias sobre la ‘brecha científica’

El gasto en I+D está aumentando en el mundo en desarrollo, pero sigue siendo sólo un cuarto del gasto global Crédito de la imagen: Flickr/IRRI Images

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¿Está el vaso medio lleno o medio vacío? Pocas veces este cliché podría ser más apropiado que al considerar las recientes tendencias en actividad científica y gasto en los países en desarrollo, como lo destacan cifras publicadas esta semana por el Instituto de Estadísticas de la UNESCO (IEU) en Montreal, Canadá (Ver Países pobres invierten más en ciencia).

Las cifras, que cubren 2002-2007, están llenas de buenas noticias. La inversión general en investigación y desarrollo (I+D) en el mundo en desarrollo está creciendo tres veces más rápido que en el mundo desarrollado. Y el número de investigadores se ha más que duplicado, comparado con un nueve por ciento de crecimiento en el resto del mundo.

Parece evidente decir que ‘la brecha científica’ entre ricos y pobres se está cerrando — un análisis bienvenido de que los países en desarrollo están reconociendo cada vez más el crítico rol que juegan la ciencia y la tecnología en el desarrollo socioeconómico.

Líderes en gasto

Hay que admitir que son los países más avanzados, como Brasil, China e India, los que dominan la tendencia en el gasto. El crecimiento de China es particularmente espectacular, con un número de investigadores de hasta 76 por ciento y la duplicación del gasto total en I+D.

Tal crecimiento apoya las predicciones europeas de que China e India se convertirán en líderes mundiales en investigación en 2025. Un equipo de trabajo de la Unión Europea sugirió el mes pasado que dentro de las próximas dos décadas China e India sumarán más del 20 por ciento de la inversión mundial en investigación, más del doble de su actual participación, que la IEU calculaba en nueve por ciento en 2007.

Las cifras de la IEU también apuntan al progreso en otros lugares. Dentro del África subsahariana, por ejemplo, el número de investigadores por millón de habitantes, un indicador clave de la capacidad científica de un país, creció en 18 por ciento.

Las malas noticias

Pero no todas las noticias son buenas: aun cuando la brecha científica se está estrechando, sigue siendo enorme. Los países más pobres del mundo, definidos por la IEU como los menos desarrollados, tienen 12 por ciento de la población mundial y muchas de sus comunidades más necesitadas. Pero tienen sólo 0,5 por ciento de los investigadores del mundo. En contraste, tres cuartos del gasto mundial en I+D todavía ocurre en el mundo desarrollado, que sólo tiene un quinto de la población mundial.

Según la IEU, los países en desarrollo invierten un promedio de sólo uno por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) en I+D: la mitad del promedio del mundo desarrollado.

En África la cifra fue de 0,4 por ciento, algo muy distante del uno por ciento prometido por los miembros de la Unión Africana cuando se reunieron en Addis Ababa en febrero de 2007. Si África apoya de forma efectiva la ciencia y la tecnología para satisfacer sus necesidades sociales, necesitará más que promesas: dinero real y políticas de gasto efectivas son críticas.

Las advertencias

Como todas las estadísticas, las cifras de la IEU deben tomarse con cautela. Al tratarse de cifras oficiales, éstas son tan confiables como los servicios gubernamentales de recolección de datos y de información.

Tal como lo reconocen los mismos analistas, los datos están llenos de vacíos porque los países han fallado en proporcionar información o han entregado datos que no cubrían todos los sectores económicos. Como resultado, dice la IEU, la información de los países en desarrollo “puede considerarse en el límite inferior de sus reales esfuerzos de I+D”.

Quizás incluso más relevante, las cifras de gasto en I+D de un país por sí solas — o su número de investigadores activos — no entregan la imagen completa de su fortaleza científica. Establecer cuán efectivamente trabajan los investigadores y en qué extensión sus hallazgos se ponen en práctica, es igualmente importante y sólo se puede medir con un grupo más complejo de indicadores, tales como el número de publicaciones revisadas por pares o las estadísticas de patentes.

Pese a sus limitaciones, los datos de la IEU ofrecen a los países y regiones individuales una mina de información para apuntalar sus propios esfuerzos por hacer de las inversiones en ciencia y tecnología una alta prioridad política.

Por ejemplo, éstas revelan que la contribución de los países árabes a la investigación mundial está cayendo. En un mundo que está crecientemente empeñado en diversificarse del petróleo, estas naciones debieran estar buscando invertir más en ciencia y tecnología, no menos.

Desde un punto de vista global, las estadísticas de la IEU refuerzan el mensaje de que incluso si la brecha de la ciencia se está cerrando, permanece mucho más amplia de lo que debiera.

Si se argumenta en términos de justicia social o para reflejar el continuo desfase entre los esfuerzos científicos y las necesidades sociales, el vaso está todavía medio vacío.

David Dickson
Director, SciDev.Net

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