Enviar a un amigo

Los detalles proporcionados en esta página no serán usados para enviar correo electrónico no solicitado y no se venderán a terceros. Ver política de privacidad.

El fenómeno de la llamada “fuga de cerebros”, en el que científicos de los países en desarrollo emigran a países más ricos buscando una mejor infraestructura, más financiación y menos burocracia, ha pasado a formar parte del escenario global de la ciencia. Sin embargo en algunas regiones del mundo en desarrollo se está dando la situación inversa.


En Latinoamérica, por ejemplo, hay un pequeño pero significativo grupo de investigadores que ha decidido abandonar sus trabajos en Norteamérica y Europa para establecerse en países que ofrecen condiciones considerablemente pobres para la práctica de la investigación científica, al contrario de las que tenían en los países donde se formaron.


Para estos profesionales, las excepcionales oportunidades de investigación ofrecidas por sus países adoptivos, junto con la posibilidad de vivir nuevas experiencias en otras culturas, son algunas veces motivos suficientes para persuadirlos de salir de sus países, con una sólida tradición científica, y establecerse en ciertas regiones del mundo en las que la institucionalización de la ciencia es un fenómeno relativamente reciente.


Una nueva vida en el laboratorio


Tomemos como ejemplo al especialista en genética Andrew Simpson quien, al menos en Brasil, se ha convertido en todo un emblema del fenómeno de la “fuga inversa de cerebros”. Simpson visitó este país por primera vez en 1985 para adelantar su investigación sobre enfermedades parasitarias. “Me interesé por Brasil porque era uno de los pocos países donde existen enfermedades de este tipo y la infraestructura para estudiarlas”, comenta.


En 1990, después de una colaboración de seis meses con el Centro de Pesquisas René Rachou en Belo Horizonte, decidió comprometerse con el país durante un periodo mayor de tiempo. “Disfruté mucho más trabajando ahí que en Inglaterra y decidí quedarme”, comenta.


Para Simpson, la decisión de quedarse en Brasil no significó el abandono de la importante investigación científica de vanguardia. En 1995 comenzó sus trabajos en el Instituto Ludwig de Pesquisa sobre el Câncer en São Paulo, coordinando el secuenciamiento del genoma de dos bacterias (Xylella fastidiosa y Chromobacterium violaceum) compitiendo con otros 25 laboratorios brasileños. Simpson es considerado en la actualidad uno de los más importantes responsables del desarrollo de la genómica en todo Brasil.


“Fue una experiencia fantástica”, comenta. “Brasil me ofreció la maravillosa oportunidad de coordinar un proyecto de esa dimensión”. Gracias al éxito de estos proyectos en Brasil, Simpson fue invitado el año pasado a mudarse a Nueva York para hacerse cargo del programa de investigación internacional del Instituto Ludwig, lo que significa desarrollar sus actividades también en China, Rusia, India, África y Europa del Este (consulte Lessons from Brazil’s genome project go global).


El fenómeno de la llamada “fuga de cerebros”, en el que científicos de los países en desarrollo emigran a países más ricos buscando una mejor infraestructura, más financiación y menos burocracia, ha pasado a formar parte del escenario global de la ciencia. Sin embargo en algunas regiones del mundo en desarrollo se está dando la situación inversa.


En Latinoamérica, por ejemplo, hay un pequeño pero significativo grupo de investigadores que ha decidido abandonar sus trabajos en Norteamérica y Europa para establecerse en países que ofrecen condiciones considerablemente pobres para la práctica de la investigación científica, al contrario de las que tenían en los países donde se formaron.


Para estos profesionales, las excepcionales oportunidades de investigación ofrecidas por sus países adoptivos, junto con la posibilidad de vivir nuevas experiencias en otras culturas, son algunas veces motivos suficientes para persuadirlos de salir de sus países, con una sólida tradición científica, y establecerse en ciertas regiones del mundo en las que la institucionalización de la ciencia es un fenómeno relativamente reciente.


Una nueva vida en el laboratorio


Tomemos como ejemplo al especialista en genética Andrew Simpson quien, al menos en Brasil, se ha convertido en todo un emblema del fenómeno de la “fuga inversa de cerebros”. Simpson visitó este país por primera vez en 1985 para adelantar su investigación sobre enfermedades parasitarias. “Me interesé por Brasil porque era uno de los pocos países donde existen enfermedades de este tipo y la infraestructura para estudiarlas”, comenta.


En 1990, después de una colaboración de seis meses con el Centro de Pesquisas René Rachou en Belo Horizonte, decidió comprometerse con el país durante un periodo mayor de tiempo. “Disfruté mucho más trabajando ahí que en Inglaterra y decidí quedarme”, comenta.


Para Simpson, la decisión de quedarse en Brasil no significó el abandono de la importante investigación científica de vanguardia. En 1995 comenzó sus trabajos en el Instituto Ludwig de Pesquisa sobre el Câncer en São Paulo, coordinando el secuenciamiento del genoma de dos bacterias (Xylella fastidiosa y Chromobacterium violaceum) compitiendo con otros 25 laboratorios brasileños. Simpson es considerado en la actualidad uno de los más importantes responsables del desarrollo de la genómica en todo Brasil.


“Fue una experiencia fantástica”, comenta. “Brasil me ofreció la maravillosa oportunidad de coordinar un proyecto de esa dimensión”. Gracias al éxito de estos proyectos en Brasil, Simpson fue invitado el año pasado a mudarse a Nueva York para hacerse cargo del programa de investigación internacional del Instituto Ludwig, lo que significa desarrollar sus actividades también en China, Rusia, India, África y Europa del Este (consulte Brazil’s genome study a boon to US winegrowers).


John Walker, bioquímico británico, tiene una experiencia similar en Colombia donde se trasladó más por razonas personales que profesionales. Sin embargo este traslado le permitió continuar sus investigaciones en leishmaniasis, identificando específicamente objetivos bioquímicos para el desarrollo de nuevas drogas y vacunas. En la actualidad Walker es el coordinador de la unidad de biología molecular y bioquímica del Centro Internacional de Entrenamiento e Investigaciones Médicas (CIDEIM), instituto independiente de entrenamiento e investigación médica ubicado en Cali.


Trabajo de campo


Lejos de los laboratorios, los excepcionales ecosistemas latinoamericanos, desde los desiertos de la Patagonia hasta la riqueza de la selva tropical del Amazonas, atraen a un gran número de ecologistas y conservacionistas. Sin embargo, su labor no se limita a realizar días de campo, sino que algunos de ellos han decidido sumergirse de manera permanente en los paisajes, la fauna y la flora que estudian.


El suizo Werner Flueck y la norteamericana Jo Anne Smith-Flueck, han jugado un papel crucial a la hora de entender y conservar el ciervo huemul, especie en extinción, a través de su trabajo en la Universidad Nacional Argentina de Comaue.


La excepcional ecología de la Patagonia atrajo al científico alemán Stefan Woelfl, quien en la actualidad es investigador en la Universidad Austral de Chile. Woelfl describe al país como un lugar que ofrece “más espacio para vivir y más libertad para desarrollar la ciencia”.


El ecologista americano Philip Fearnside hace eco de los beneficios de vivir cerca del lugar de trabajo. Su labor en el Instituto Nacional de Investigación del Amazonas de Brasil le permite estudiar de primera mano el impacto de la deforestación sobre el clima mundial. Fearnside ha vivido en la región durante las pasadas dos décadas. “Lejos de representar un sacrificio profesional, vivir en Manaos es un privilegio para mí, ya que tengo acceso permanente a una gran cantidad de datos sobre el Amazonas”, explica.


A las duras y a las maduras


A pesar de valorar las oportunidades que sus países de adopción les ofrecen, estos investigadores son conscientes y comparten las dificultades que los científicos latinoamericanos deben enfrentar. Woelfl señala que faltan especialistas en su área y que la financiación para la investigación de base no es la adecuada. Para John Walker el problema es de tipo burocrático. “Los procedimientos de importación y los aranceles provocan con frecuencia grandes y frustrantes retrasos en las entregas de equipos y productos químicos provenientes del extranjero. Además los niveles de las tasas de importación de materiales de investigación científica son prohibitivos”, comenta.


Sin embargo, los obstáculos se ven con frecuencia compensados por el modo de vida que estos investigadores encuentran en Latinoamérica. “Brasil es un país más soleado y caliente, la comida es buena y las personas son más receptivas”, comentó Andrew Simpson a una publicación brasileña. “Todos los clichés son verdad”. John Walker opina de manera similar. “En el ámbito personal mi esposa y yo estamos muy contentos con nuestra vida en Colombia, a pesar de los problemas políticos y hemos solicitado la residencia permanente”, comenta.