30/10/08

Pobres del planeta merecen mejor liderazgo de EE. UU.

John McCain y Barack Obama Crédito de la imagen: Flickr/Chesi Fotos cc

Enviar a un amigo

Los detalles proporcionados en esta página no serán usados para enviar correo electrónico no solicitado y no se venderán a terceros. Ver política de privacidad.

Las elecciones de EE.UU. tienen consecuencias para la política científica y de ayuda al exterior, es decir, para los habitantes más pobres del mundo en desarrollo.

Cuando Colin Powell, el ex secretario de Estado republicano, dio su respaldo a Barack Obama, el candidato demócrata en las elecciones presidenciales estadounidenses de este año, dijo que su decisión se debió en parte a que Estados Unidos necesitará "arreglar la reputación que ha dejado en el resto del mundo".

La visión de Powell es ampliamente sostenida a través del mundo, tanto en países desarrollados como en desarrollo. Las encuestas de opinión muestran que acciones recientes, desde el agresivo enfrentamiento en Irak, hasta las duras restricciones a los visitantes extranjeros, han minado el respeto por los Estados Unidos.

Una tarea clave para el próximo presidente será renovar este respeto internacional. Asegurar la seguridad del país permanecerá, por supuesto, como una alta prioridad. Pero estos dos objetivos pueden alcanzarse de forma más sensible y con menos costo político de lo que ha ocurrido recientemente.

Intensificar los esfuerzos para afrontar la pobreza mundial será de particular importancia, no sólo ofreciendo asistencia directa, como ayuda alimentaria, sino también ayudando a los países pobres a mejorar sus capacidades científicas y tecnológicas.

Mientras más se identifiquen los Estados Unidos con estos esfuerzos, menos se le acusará de meramente perseguir sus propios intereses comerciales y militares. Y mientras más esos países generen crecimiento económico sustentable, alimenten a su gente y creen nuevos trabajos, menos se convertirán en caldo de cultivo para protestas fundamentalistas.

Recortes y desafíos ideológicos

El gobierno de EE.UU. ya ha hecho mucho para promover la ciencia y la tecnología en el mundo en desarrollo. En biomedicina, por ejemplo, es de lejos el que más ha apoyado esfuerzos internacionales, tales como el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria.

Otros programas estadounidenses impulsan la investigación colaborativa en áreas clave para el desarrollo, tales como la agricultura, el manejo del agua y la energía baja en carbono. El Departamento de Estado también ha dado pasos para elevar el perfil de la ‘diplomacia de la ciencia’, promoviendo los objetivos de las políticas externas a través del apoyo de actividades científicas.   

Pero la escasez de recursos ha limitado muchos de estos esfuerzos. En años recientes, por ejemplo, la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) ha sufrido sostenidos cortes en su capacidad científica y tecnológica, particularmente en sus misiones en el extranjero. Dichas capacidades son esenciales para hacer que sus programas de ayuda extranjera respondan a necesidades locales.

Como admitió en abril Nina Federoff, consejera de ciencia y tecnología tanto de la Secretaría de Estado y de la USAID, "estos recortes han dañado la capacidad de la agencia de lograr su misión".

Los esfuerzos de la administración Bush por promover la ciencia para el desarrollo también han sufrido las mismas presiones ideológicas que sus programas nacionales de ciencia, desde la oposición a la investigación con células madre (por ejemplo, una propuesta para promover una prohibición a través de Naciones Unidas) hasta la reticencia a aceptar la evidencia científica sobre el cambio climático. 

Algunos consejos

A la nueva administración no le faltarán sugerencias para hacer mejoras. Tanteando la posibilidad de un cambio significativo de táctica, particularmente si es elegido un demócrata, muchos informes recientes han propuesto formas en que EE.UU. puede manejar mejor sus asuntos científicos internacionales.

Por ejemplo, las academias nacionales de ciencia, medicina e ingeniería han abogado por un consejero científico jefe con estatus ministerial, encargado de promover la ciencia en la política internacional. Como indica el secretario de asuntos internacionales de EE.UU., Michael Clegg, "las actitudes hacia la ciencia estadounidense son más positivas que hacia cualquier otro aspecto de la sociedad estadounidense".   

Otros recomiendan mejorar la colaboración con países en desarrollo. Alan Leshner, director ejecutivo de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, sostiene que el rechazo de EE.UU. a financiar socios internacionales significa que para muchos países pobres "la colaboración está condenada antes de que se haya iniciado".

Leshner ha abogado por nuevos mecanismos de financiamiento para evitar este problema, indicando que el 7° Programa Marco de la Comisión Europea permite a instituciones no europeas postular a fondos para investigación.

Otros han sugerido un fondo anual para investigación y desarrollo de US$100 millones, basado en la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para la Defensa, del Departamento de Defensa (ver ‘US science office must promote global collaboration‘).

Es de esperar que el nuevo presidente considere seriamente todas estas recomendaciones. Habría muy poco desacuerdo político en el rol vital de la ciencia y la tecnología para una política de desarrollo.

Mirar y esperar

En la práctica, por supuesto, mucho dependerá del compromiso del candidato ganador hacia políticas de ayuda más efectivas. Hay pocas dudas de que Obama, ya sea por su infancia en Indonesia (donde su madre trabajaba para USAID) o por sus esfuerzos para aliviar la pobreza en Chicago a través de proyectos comunitarios, es más sensible a tal desafío.

En contraste, grandes signos de interrogación penden sobre las políticas de asistencia que probablemente surjan de una administración de McCain. Pese a oponerse a la postura fundamentalista de la administración Bush sobre el calentamiento global, hay poca evidencia de que él suscribirá los cambios más estructurales necesarios en la política exterior de EE.UU., incluyendo una integración más cercana entre la ciencia y las iniciativas diplomáticas.

La opción entre los dos descansa en las manos de los votantes estadounidenses. Nadie pretende que las posiciones del candidato en ciencia o ayuda internacional influyan de forma significativa en los resultados de la elección. Pero tampoco se puede negar que este resultado determinará de forma importante la efectividad de ambos en mejorar las vidas de los pobres del mundo en los años venideros.

David Dickson
Director, SciDev.Net