20/03/17

Radar Latinoamericano: Post-verdad, una nueva amenaza

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Crédito de la imagen: Peter Ilicciev / Fiocruz

De un vistazo

  • Diferentes eventos de la política internacional han aumentado el debate en torno a la ‘post-verdad’
  • Incomprensión sobre cómo la ciencia produce conocimiento y convive con incertidumbre genera desconfianza
  • Científicos y periodistas deben mostrar que la ciencia, aunque falible, es fuente más confiable de datos

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La crisis que afecta a la ciencia desde 2016 en América Latina se extendió por todo el continente. Y no estamos hablando solo de recortes presupuestarios y de falta de apoyo político, a pesar de la preocupación natural vinculada a estos hechos. Esta vez es la ciencia como institución, comprometida con la búsqueda de evidencia consistente y la producción de conocimiento confiable, la que se ve amenazada.
 
En enero, la asunción del nuevo presidente de EEUU, Donald Trump, seguida por declaraciones falsas, basadas en “hechos alternativos”, y los ataques a la prensa, considerada prescindible en su gobierno, calentó el debate sobre la “post-verdad”, elegida por el Diccionario Oxford como la palabra del año en 2016. El concepto se refiere a las circunstancias en las que “hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que apela a la emoción y la creencia personal”.
 
Desde entonces, la post-verdad ha captado cada vez más atención en el ámbito científico. Fue protagonista de diversas mesas en la reunión anual de la Asociación de EEUU por el Progreso de la Ciencia (AAAS), cuyo tema central este año fue “sirviendo a la sociedad a través de la política científica”. Movilizó científicos en torno a una gran marcha en pro de la ciencia. Alimentó una discusión sobre el activismo científico en la revista The Scientist. Además, provocó una serie de reflexiones entre periodistas y divulgadores de la ciencia.
 
No es para menos. Si en la era de la post-verdad, la evidencia científica pierde relevancia, la pericia no es deseada y las afirmaciones incisivas y elocuentes, aun falsas, ganan adhesión, —lo que ayuda a explicar por qué los negociadores aún tienen tanto espacio en el debate sobre los cambios climáticos—, qué papel le queda por jugar al científico.
 
Sin embargo, la amenaza no se limita a la ciencia. En el momento en el que el proceso de toma de decisiones deja de tener en cuenta los conocimientos científicos, se convertirá esencialmente en autoritario. O sea, la democracia como sistema político también corre riesgos. Para América Latina, que conoce bien los regímenes autoritarios y que todavía lucha por establecer la democracia en la región, eso es particularmente alarmante.
 

¿Dónde nos equivocamos?

Antes de buscar soluciones para la crisis de la post-verdad es importante preguntarnos cómo llegamos hasta aquí. Claramente, no hay una respuesta fácil para esa cuestión. La pregunta es nueva, compleja y multifactorial. Necesita tiempo y estudio para ser analizada.
 
Pero comencemos reflexionando sobre el espacio que la ciencia conquisto en nuestra sociedad, y a qué precio. Para refutar el título de ‘dueña de la verdad’ —que antes estaba en poder de la Iglesia—, la ciencia necesitó una fuerte campaña de marketing. Promovió públicamente sus maravillas, prometió el cielo y la tierra, hizo creer que pondría fin a todos los males y desigualdades sociales. Si, por un lado, ahora tenemos un mundo mejor gracias al desarrollo científico, por el otro, la ciencia ayudó a acentuar las desigualdades sociales en forma desconcertante.
 
Los medios de comunicación, y el periodismo científico en particular, también tienen su parte de culpa. Al presentar a la ciencia y a los científicos de manera elogiosa, priorizando la difusión de los resultados positivos de la investigación aplicada, haciendo hincapié en sus beneficios, prestando poca atención a sus procesos y limitaciones, en noticias generalmente descontextualizadas y acríticas —como muestran diversos estudios sobre la cobertura de la ciencia en la prensa de Estados Unidos, Europa y América Latina—, se ayudó a construir una imagen pública de la ciencia como dueña de la verdad, que tiene respuesta para todo y es infalible.
 
El resultado de eso es que una minoría entiende realmente cómo funciona la ciencia. La mayoría desconoce lo que es verdadero en el medio científico y cómo se produce, se valida y, a menudo, se suplanta y se descarta la “verdad”. Así, cuando la ciencia se equivoca o es incapaz de responder de forma rápida, consistente y objetiva a preguntas importantes, dejando sin resolver los problemas de forma temporal —lo que no es inusual en un planeta cada vez más poblado y complejo—, se frustra, pierde credibilidad y genera desconfianza.
 
Unamos la desconfianza, la falta de credibilidad, la frustración y la incertidumbre, en un contexto en el que Internet y las redes sociales son poderosos medios de comunicación, y tenemos entonces, el ambiente perfecto para la proliferación de rumores, noticias falsas y mentiras entre individuos poco dotados y motivados para separar la paja del trigo. A eso se suma una intolerancia cada vez mayor al discurso autoritario de la experticia, la inclinación que tenemos a seleccionar los hechos que apoyan nuestras creencias y opiniones, y la preferencia del líder de la mayor potencia mundial por “hechos alternativos” y, muy pronto, la confusión queda instaurada. No dude, ¡post-verdad!


 

¿Cómo configurar?

¿Y ahora? ¿Cómo deshacer esta confusión? Tampoco hay una respuesta certera; ¡que vengan, de prisa, los expertos en la post-verdad! Pero, mientras tanto, no podemos detenernos. Científicos, divulgadores y periodistas deben tomar en serio la lucha por este desafío.
 
Más que nunca, los científicos tienen que dejar la comodidad de sus laboratorios y acercarse a la sociedad. La buena noticia es que son muchas las alternativas para aquellos que desean comunicarse con el público; desde las tradicionales conferencias públicas hasta los videos de YouTube.
 
Con más de humildad, los científicos necesitan mostrar a los ciudadanos la naturaleza y la importancia de su trabajo. En este movimiento de aproximación, también deben rescatar el compromiso primordial de la ciencia con el bienestar y la justicia social.
 
¿Y por qué no marchar? Luchar por la ciencia y en contra de las amenazas que sufre es mostrar que son seres de convicciones, valores, que son humanos, después de todo.
 
En cuanto a la divulgación científica, hay mucho trabajo por delante. El discurso de la ciencia maravillosa y poderosa, y del científico como “autoridad” que ayudó a construir necesita dar espacio a una imagen más realista de la institución científica y de sus actores. Es importante para todos entender que la construcción del conocimiento es una búsqueda lenta y permanente de nuevos hechos y verdades, una búsqueda que se basa en procedimientos minuciosos, conducidos por personas capacitadas para hacerlos.
 
Mientras que tales procedimientos son falibles, siguen siendo nuestra fuente más fiable de verdades provisionales. Si, para construir esa nueva imagen, la divulgación necesita apelar a las emociones, como la propia ciencia sugiere que es el camino, vamos avanzando. Lo importante es, independientemente de la estrategia elegida, respetar las creencias y opiniones de los involucrados, y siempre estar abiertos al diálogo.
 
Del periodismo científico hoy se debe exigir más que solo informar a la gente acerca de las novedades en el mundo de la ciencia. También debe seleccionar mejor lo que es relevante, debe informar con precisión, contextualización y análisis crítico. Se espera menos reverencia y más cuestionamiento; menos beneficios y más limitaciones; menos resultados y más procesos. Así podrá ayudar a los ciudadanos a distinguir lo que es información relevante y lo que son “hechos alternativos”, y desarrollar la observación crítica de lo que leen, ven y oyen.
 
Si estas medidas se concretan, podremos tal vez vislumbrar ciudadanos menos reactivos y más selectivos en lo que dicen con respecto a hechos y verdades; ciudadanos dispuestos a luchar para que las evidencias científicas constituyan parte importante del proceso de toma de decisiones, para que ese proceso sea más transparente y que, independientemente de la actitud de un presidente y de su poder, la democracia está garantizada en América del Norte y del Sur y en todos los países que se declaran demócratas.