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Reciente informe analiza futuro de la agricultura moderna, pero no percibe adecuadamente el papel de la ciencia y la tecnología en ese campo.

Hay áreas en las que la ciencia y las políticas progresistas son buenas aliadas. El cambio climático es un ejemplo de ello. La dirección a la que apunta el consenso científico sobre los peligros del calentamiento mundial —hacia el mundo basado en la reducción de emisiones de carbono— es compatible con un amplio compromiso tanto de sostenibilidad ambiental como de equidad social.

La producción de alimentos tiende a ser a la inversa. La mayoría de la investigación agrícola, al menos hasta hace poco, ha estado dirigida a aumentar la productividad de alimentos. Pero el éxito de la agricultura basada en la ciencia frecuentemente ha estado a expensas de otros objetivos sociales, como la conservación de la biodiversidad o la reducción de la brecha entre los agricultores pobres y ricos.

Un esfuerzo internacional, que ya lleva tres años, para resolver este interrogante concluyó esta semana con la publicación de un informe de 2.500 páginas elaborado por la Evaluación Internacional de las Ciencias y Tecnologías Agrícolas para el Desarrollo (IAASTD, en su sigla en inglés).

Realizado con base en el influyente trabajo del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, según su sigla en inglés), el informe busca forjar un consenso internacional sobre un nuevo camino para la agricultura global que aprenda de los errores del pasado y pueda hacer frente a las necesidades para combatir el hambre en el mundo de un modo consciente ambiental y equitativamente.

Pero si bien los informes del IPCC han sido organizados en torno a un claro conjunto de conclusiones científicas —y basan su poder en ellas—, esto no sucede en el caso de la producción de alimentos. El resultado ha sido un bien intencionado pero difuso conjunto de mensajes que, aunque poderosos en sí mismos, carecen de un golpe colectivo suficiente como para lograr un impacto significativo en las decisiones políticas en los sitios de poder alrededor del mundo.

Un enfoque determinante

La verdad es que hay muchas conclusiones importantes en los hallazgos del informe, elaborado por paneles en los que participaron más de 400 representantes del gobierno y la sociedad civil y que ampliamente apoyaron 60 naciones durante una reunión en Sudáfrica a principios de este mes.

El mensaje central —de que la producción de alimentos es una actividad con una gran variedad de impactos, algunos de los cuales son potencialmente dañinos para el ambiente— vale la pena repetirlo, ciertamente. Este es particularmente el caso cuando el enfoque político sobre las necesidades de hacer frente a la escasez de alimentos está en peligro de promover un enfoque determinante sobre el refuerzo de la producción.

Igualmente importante es la demanda de mayor inversión pública en investigación agrícola. Los donantes internacionales han tendido a disminuir su énfasis en el área en los últimos años, a menudo argumentando que el objetivo de hacer frente a la demanda de alimentos tranquilamente puede ser dejado al sector privado.

Ahora, el costo de esa política repercute en el rápido aumento de los precios de los alimentos. Además, los agronegocios han enfocado sus esfuerzos sobre los principales cultivos alimenticios, donde se lograrán las mayores ganancias. Relativamente poca investigación —tal como lo señala un artículo de opinión de Monty Jones  publicado en SciDev.Net (ver Food crop diversity is key to sustainability)— ha sido llevada a cabo en áreas menos redituables, como los llamados “cultivos huérfanos”, o aquellos adecuados para condiciones desérticas o salinas.

Conclusiones ambivalentes

Pero en cuanto a la duda sobre el modo en que se ha practicado la agricultura en el pasado —y en particular culpando, inconscientemente, a la ciencia por los actuales problemas de la agricultura global —, el informe de la IAASTD cae en la trampa de “arrojar el bebé junto con el agua de la bañera”. 

Esto es más evidente en una de las secciones más controvertidas del informe, sobre cultivos biotecnológicos y transgénicos, o genéticamente modificados (GM). Mientras no se reglamente sobre el uso de ese tipo de cultivos en la agricultura sostenible, las conclusiones del informe son, al menos, ambivalentes.

Nadie niega la existencia de potenciales riesgos a la biodiversidad de esos cultivos, en particular si su adopción extensiva lleva a una reducción de la diversidad de cultivos. Tampoco se deberían dar por seguro los temores sobre el potencial daño a la salud derivado de su consumo; la falta de prudencia en la innovación basada en la ciencia ha causado la generalización de problemas en el pasado (por ejemplo, con el uso excesivo de fertilizantes químicos) y es probable que suceda lo mismo otra vez en el futuro.

Pero aquí el contraste con el cambio climático es destacado. En ese caso, el IPCC respaldó y construyó sobre el consenso científico — la alta probabilidad de que el reciente calentamiento global es potencialmente peligroso y es resultado de la actividad humana. Con la IAASTD sucede al revés; el informe final evita la corriente científica dominante que, sobre todo, coincide en que los cultivos GM suponen una escasa amenaza tanto al ambiente como a la salud humana.

No corroborado por la evidencia 

Hay muchas razones legítimas para estar preocupados sobre el modo en que la tecnología GM es introducida en la agricultura global. El informe de la IAASTD en sí mismo, por ejemplo, señala que la actual legislación sobre propiedad intelectual puede restringir el acceso de los agricultores pobres a las innovaciones tecnológicas (por ejemplo, inhibiendo el ahorro, intercambio y venta de semillas originadas de cultivos patentados).

Pero un control apropiado de la innovación es un tema político, no científico. De hecho, hay un cierto cinismo en cuanto a la demanda de los ambientalistas y grupos de desarrollo de que el informe de la IAASTD representa “el actual consenso en la comunidad científica” —sugiriendo una similitud con el informe del IPCC que no está corroborado por la evidencia.

El informe es una visión general bienvenida de los desafíos que enfrenta la agricultura moderna, atrapada entre las presiones por producir más cantidad de alimentos y a un mejor precio, por un lado, y hacer frente a esas demandas de un modo que sea sustentable ambientalmente y socialmente equitativo, por otro lado. Podría leerse mejor como un llamado a las armas por esfuerzos más audaces de parte de los gobiernos para que adopten políticas que puedan lograr ambas necesidades.

El dilema es que hay incluso menos soluciones simples para este problema que para el tema de hacer que el crecimiento económico sea compatible con el calentamiento global.

La ciencia y tecnología agrícola moderna no tiene todas las respuestas; pero pueden hacer una contribución sustancial, y no deberían ser tratadas de la misma forma en que a menudo son aplicadas. 

David Dickson

Director, SciDev.Net