11/06/15

Radar Latinoamericano: Démosle cara al mar

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Crédito de la imagen: Secretaría de Comunicación/Presidencia de Uruguay

De un vistazo

  • En América Latina hay escaso conocimiento de los mares, considerando la importancia de su papel para el desarrollo regional
  • Hacer ciencia en los ambientes costeros es particularmente importante
  • Pese a que hay pocos investigadores dedicados al estudio de ambientes oceánicos en la región hubo aportes de alta calidad

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La expansión de Europa es inexplicable sin los mares: el Mediterráneo, el mar del Norte, el Cantábrico y, naturalmente, el Océano Atlántico. Pero la historia no es tersa. La escritora Dana Sobel relata espléndidamente, en su libro “Longitude”, cómo la necesidad de llevar el tiempo exacto en altamar fue el problema más urgente de la ciencia  de la Ilustración, al punto de que el gobierno británico estableció un premio sin precedentes para su solución[1].

Hoy los europeos enfrentan la necesidad de entender, también con exactitud, la amenaza que podría representar la disrupción del acoplamiento océano-atmósfera que controla el extraño clima templado en las costas del Atlántico Norte. Erik Orsenna, una de las más admirables plumas francesas, ha hecho un “retrato” de la Corriente del Golfo que es un portento de exploración de las ciencias del mar desde las letras[2].

De las rutas comerciales de los fenicios al colonialismo imperial, Europa ha sacado frutos de su creciente conocimiento —al final, científico— de las aguas que la bañan. Las consecuencias han sido de la mayor escala imaginable: en estos días se discute si el intercambio transoceánico de especies marca, en efecto, el punto irreversible de inicio del Antropoceno[3].

El mar Caribe es un poco mayor que el Mediterráneo en superficie, y seguramente no menos rico en diversidad biológica. ¿Podemos argumentar comparablemente respecto del papel crucial de los mares para el desarrollo histórico de América Latina?
 

Somos Mar

Cuesta creer que los mares no hayan sido el motor del desarrollo latinoamericano. El Caribe va del sur de la Florida al norte de Brasil, y las costas del Pacífico cubren de la Baja California hasta el septentrión chileno. En la porción que va del Istmo de Tehuantepec —la parte más angosta de México— al norte de Colombia, sin olvidar las islas caribeñas, el subcontinente es más mar que tierra. Sorprendentemente, un país tan extenso como México tiene más superficie de mar territorial que de tierra firme.

Somos mar.

¿Lo sabemos? Es decir, ¿hemos adquirido un cuerpo de conocimiento comparable al que los europeos aprovecharon para hacer de sus mares la fuente de impulso de su desarrollo?

Pedro Medina Rosas, presidente de la Sociedad Mexicana de Arrecifes Coralinos, ve un problema de escala: “Hay sitios muy estudiados, pero de otros se desconoce prácticamente todo, lo que ocasiona que no se pueda entender la perspectiva general a una mayor escala”, me escribió.

No es cuestión sólo de ambientes geográficamente localizados, sino de relaciones funcionales en escalas interconectadas. Mónica Medina, una bióloga colombiana en ascenso vertiginoso —ahora en Penn State University—, argumentó la necesidad de estudiar el mar y su biodiversidad como “un ecosistema dentro de otro ecosistema, dentro de otro ecosistema”[4]. Los enlaces entre unos y otros pueden ser relaciones simbióticas entre macro y micro organismos, como también el efecto de la dinámica ambiental en la fisiología.

No es poco lo que nos hace falta saber de nuestros mares. En una serie especial sobre ciencia oceánica para el desarrollo sustentable[5], SciDev.Net argumentaba, ya desde 2012, que “se requiere de datos confiables en los cuales basar las decisiones políticas”, además de “construir la capacidad necesaria para generar e interpretar esos datos”. Así lo ve Mónica Medina en 2015: “caracterizar la biodiversidad debe seguir (siendo) prioritario”.

No es sólo la identificación y clasificación de individuos en una jerarquía taxonómica, sino el conocimiento de su diversidad genética y sus relaciones interdependientes. Cuando los expertos en salud advierten de la amenaza de una era post-antibióticos[6], algunos ven esperanza en esa diversidad genética marina como repositorio de fármacos en potencia[7].

Hacer ciencia en los ambientes costeros es particularmente importante. Arrecifes y manglares proveen cierta protección contra huracanes, con ahorros económicos no siempre bien cuantificados. Según Pedro Medina, “los arrecifes coralinos están muy ligados con manglares, pastos marinos o incluso las playas. Si algo pasa en el manglar, el efecto es inmediato en el arrecife, o en la playa”. Esta interconectividad ya es objeto de estudio para “conectar los efectos y respuestas en diferentes ambientes costeros”.

Pero la historia no cambia: “Son pocos los estudios y la gente dedicada, no sólo en los arrecifes coralinos, sino en muchos otros ambientes oceánicos”.

Ciencia de Primera

¿Qué ciencia puede hacerse en estas condiciones?

Por lo visto, de primera. Mónica Medina opina que “hay contribuciones muy importantes que son de altísima calidad y los mejores investigadores a nivel mundial (sobre arrecifes coralinos) están en Latinoamerica”. Su colega, Susana Enríquez, una bióloga española en la Universidad Nacional Autónoma de México en el Caribe, me explicó que están en un cambio de paragidma, del tradicional estudio de especies a la investigación sobre procesos. Mónica Medina lo ve de forma similar. “Ahora tenemos muchas más herramientas para entender procesos a escalas múltiples, desde la biología celular (…) hasta los procesos geológicos y climáticos”, me escribió.

El editorial de 2012 de SciDev insistía en la urgencia de hacerlo todo, y mejor, dado que los océanos “contienen el 80% de los organismos vivos y proporcionan el 60% de las proteínas diarias para la dieta de los países tropicales en desarrollo”.

Rastrear esa proteína del mar al menú es una variable económica crucial. A partir de que 50% de los frutos del mar en el comercio internacional provienen de pesquerías en países en desarrollo, un artículo de Perspectiva en Science argumenta que garantizar su origen en pesca sustentable abrirá las puertas a mejores mercados. La idea se ha puesto en marcha mediante proyectos de pesquerías mejoradas (FIPs) que han rendido muy buenos frutos en Honduras[8] y Brasil[9].

Ignoro los motivos por los que los gobiernos, del Río Bravo a Cabo de Hornos, han sido más entusiastas con la ciencia tierra adentro, e incluso extraterrestre, que en mar abierto. Lo cierto es que, así como entender los océanos en el siglo XVI hizo llegar a los colonizadores hasta la América latina, en pleno siglo XXI evitar otras formas coloniales, presentes y futuras, parece seguir dependiendo de la ciencia que hagamos con el agua hasta el cuello.
 
 



[1]            Sobel, Dana: Longitude. Walker & Company (2006).
[2]            Orsenna, Erik: Portrait du Golf Stream. Eloge des courants. Points (2006).
[4]            Medina, Mónica: Establecimiento y ruptura de la simbiosis entre cnidarios y sus microbiomas. Conferencia magistral en el 8o Congreso de la Sociedad Mexicana de Arrecifes Coralinos, Puerto Vallarta, México, 2015.
[8]            https://sites.google.com/site/fisheryimprovementprojects/home/honduras-lobster-fip
[9]            http://www.sciencemag.org/content/348/6234/504.full