30/06/09

Un ojo en el cielo ve los bosques desaparecer

Crédito de la imagen: Flickr/Tadd_Debbi

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La teledetección es crucial para medir la pérdida de los bosques. Los países no necesitan tener sus propios satélites, pero sí capacitación.

La Cordillera Azul se extiende hacia el este de las estribaciones de los Andes. Esas montañas aisladas cubren miles de kilómetros cuadrados y sus ricos bosques vírgenes fueron declarados parque nacional en 2001. Sin embargo, los bosques que rodean al parque nacional se están convirtiendo rápidamente en carreteras, plantaciones de cultivos comerciales y otros proyectos de desarrollo. Para sobrevivir, el Parque Nacional Cordillera Azul necesita dinero, por lo que se piensa que una solución de largo plazo será la REDD (siglas en inglés de estrategias para la reducción de emisiones de la deforestación y degradación del bosque).

Perú, al igual que cualquier otro país que desee incorporarse a la REDD, primero debe hacer frente a algunas tareas técnicas. La más importante es ser capaz de medir, verificar y monitorear las emisiones provenientes de la deforestación. Es un reto, pero ahora la nueva ciencia está disminuyendo los obstáculos.

Los ojos en el cielo

Para calcular el carbono extra liberado cuando un bosque es talado o degradado, debemos conocer con precisión qué cantidad de área es afectada y estimar cuánto carbono almacena ese bosque. La calidad de esa información puede hacer o deshacer las iniciativas de la REDD. Los satélites han estado vigilando la cobertura forestal desde la década de los noventa desde los niveles global, nacional y regional, proporcionando datos para los mapas de cobertura forestal. Brasil y la India han estado levantando mapas de sus bosques por más de una década.

La deforestación a gran escala, por ejemplo en parches extendidos por más de 25 hectáreas, es fácilmente identificable usando imágenes de sensores de satélite, como las Imágenes Espectrorradiométricas de Resolución Moderada (MODIS en inglés) de la Administración Aeronáutica y del Espacio de los Estados Unidos (más conocida por sus siglas en inglés: NASA). Los parches más pequeños pueden ser detectados usando satélites que ofrecen imágenes de mayor resolución, como aquellos usados por el Proyecto de Monitoreo de la Selva Amazónica Brasilera por Satélite (PRODES en portugués). Los focos de deforestación, una vez identificados, pueden ser examinados más cuidadosamente por medio de observaciones de tierra o por aire.

Si no hay satélite, no hay problema

Incluso países que no tienen su propio satélite, como el Perú, encuentran práctica la información que arrojan los sensores remotos. El país tiene "tan solo" un mapa de la cobertura forestal a nivel nacional que data de 2001, dice Lucía Ruíz Ostoic, directora técnica de la organización no gubernamental encargada de proteger la Cordillera Azul (el Centro para la Conservación, Investigación y Manejo de Áreas Naturales o CIMA). Pero eso no ha impedido que Ruíz y sus colegas levanten un mapa de la deforestación del parque y sus alrededores.

Mediante el análisis de los datos de la cobertura del terreno recolectados por los satélites de la NASA, Landsat, y del Sistema Francés para la Observación de la Tierra (SPOT), han hecho mapas de la cobertura forestal entre 1996 y 2007.

Una dificultad que presentó este proyecto es que los datos entregados no están estandarizados, dice Peter Holmgren, director del Departamento de Manejo de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO). Con frecuencia es difícil buscar entre los datos del satélite y hacer que tengan sentido.

Gregory Asner, y sus colegas del Departamento de Ecología Global del Instituto Carnegie en la Universidad de Stanford, confían que el problema será resuelto pronto. Han desarrollado una aplicación de escritorio, llamada Carnegie Landsat Analysis System Lite (CLASLite), para ayudar a los administradores forestales locales y agencias gubernamentales a interpretar los datos del satélite. "Vamos a tener que hacerlo asequible a quienes no son expertos, a la gente que está trabajando en las aplicaciones de la cobertura forestal y deforestación, sin ser expertos en sensores remotos", subraya Asner.

 

CNES

"CLASLite toma los datos en bruto y hace una conversión cien por ciento automatizada… en tres tipos de mapas: cobertura forestal, deforestación y degradación", explica. En una computadora portátil común, toma alrededor de una hora levantar el mapa de 10,000 kilómetros cuadrados. Asner desarrolló el software usando subvenciones de las fundaciones. Ahora, está distribuyéndolo en los países de América Latina y estudiando de qué manera se puede usar mejor en otras partes del trópico.

Ruíz está encantada con este instrumento. A principios de este mes, ella y sus colegas de 52 agencias en cinco países de América Latina asistieron a un taller de CLASLite, para aprender a usar el software y combinarlo con otras herramientas para estimar las reservas de carbono.

Midiendo la degradación

Pero el otro componente de la REDD –la degradación—es una tarea mucho más difícil de alcanzar.

"La degradación es otra historia", asegura Fred Stolle, gerente del programa Forest Landscape Objective, del World Resources Institute, en Washington D.C., Estados Unidos. Como concepto, la degradación es menos tangible y no existe una definición aceptada universalmente. Sus causas van desde la quema y tala selectiva hasta las recolecciones periódicas de leña. Puede ser prolífica y perjudicial pero puede ocurrir en pequeños focos dispersos en la selva y ser mucho más difícil de detectar con sensores remotos.

Algunos expertos, como Asner, están convencidos de que los avances en la teledetección y en los métodos analíticos más sofisticados resolverán el problema con el transcurso del tiempo. Pero incluso él está de acuerdo en que el mejor enfoque consistirá en combinar los datos provenientes de la teledetección con información de las parcelas en el campo.

Mirando la madera de los árboles

El otro requerimiento de la REDD es estimar cuánto carbono está encerrado en un bosque determinado. Naturalmente, alrededor del 47 por ciento de la biomasa de un árbol es carbono, señala Holly Gibbs, experta en uso del suelo del Programa de Seguridad Alimentaria y Medio Ambiente de la Universidad de Stanford. "El único camino por el que podemos medir directamente el carbono es tumbando el árbol, dejar que se seque y pesarlo", explica.

Tradicionalmente, los ecologistas e investigadores forestales lo hacen y después diseñan formas de escalamiento de sus mediciones, explica Gibbs.

Por ejemplo, el método de biomasa promedio sintetiza unas cuantas cifras en las diferentes categorías de bosques, ofrece algunos números muy generales para cada tipo de reservas de carbono del bosque, y pinta los resúmenes en mapas de cobertura de suelos. El resultado, afirma Gibbs, es globalmente consistente pero altamente incierto.

Otro método más preciso es un inventario forestal a partir del diámetro de los árboles y su peso para estimar la biomasa. La FAO compila tales inventarios por países alrededor del mundo pero se trata de un proceso lento y puede ser irregular e inconsistente.

Gibbs y sus colegas resumieron los métodos existentes para la estimación de las reservas de carbono en el boque tropical en un documento publicado en la revistaEnvironment Research Letters en 2007.

¿Pueden ayudar los sensores remotos? Los sensores por radar sobre los satélites y los sensores de laser transmitidos por el aire muestran resultados promisorios, pero la teledetección sigue siendo costosa y con muchas demandas técnicas. Dentro de una década, opinan los investigadores, el incremento de la inversión e investigación superará esos obstáculos técnicos. Por ahora, la combinación de las técnicas de teledetección existentes con las mediciones de campo ofrece a los países estimados de las pérdidas de carbono de los bosques tropicales razonablemente buenos. Y las mediciones de campo siempre serán fundamentales, indican los investigadores.

"Lo que de verdad necesitamos es ponernos las botas e ir al terreno para recolectar la información de las reservas de carbono", anota Gibbs. "Realmente no importa lo que hagamos, no importa qué tipo de sistema de mediciones diseñemos, vamos a necesitar llevar a la gente allí", concuerda Ruíz. Pero estimar las reservas de carbono es costoso, señala, especialmente en las primeras etapas del proyecto REDD.

Fijando una línea de base

Quizás el problema más difícil que enfrenta la Cordillera Azul es que, para calificar a los fondos que ofrece la REDD, se necesita mostrar qué cantidad de bosque se perdería si no se hace nada, es decir proporcionar una línea de base.

Esto puede parecer simple, ¿por qué no proyectar hacia adelante tomando las tasas históricas de la deforestación y degradación? Eso puede ser fácil para países como Indonesia que están perdiendo sus bosques a un ritmo alarmante. Los satélites como Landstat han estado recolectando información de la cobertura del terreno desde la década de los setenta, brindando información histórica clara, dice Nadine Laporte, una investigadora del uso del suelo en Woods Hole Research Center en Massachusetts, Estados Unidos.

Pero en los países de África central, por ejemplo en la República Democrática del Congo (RDC), las tasas históricas de deforestación son muy bajas, informa Laporte. La guerra y los disturbios políticos han mantenido, hasta hace muy poco tiempo, alejados a los inversionistas.

 

Flickr/cliff1066

Ahora sin embargo, inversionistas de todas partes del mundo, incluso de China y Francia, están llegando en tropel. "Creo que las cosas van a cambiar rápido", afirma Laporte. La deforestación probablemente aumentará y las tasas históricas de deforestación no ayudarán a los países de África central a predecir cuán rápido se dará este cambio. Las líneas de base para las tasas actuales de emisión son profundamente controversiales, dice Mario Boccucci, Oficial Superior de programas de la División de Bosques y Cambio Climático del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en Kenia. Y la solución será más política que científica, añade. Laporte también opina que Indonesia y Brasil están presionando por una línea de base histórica mientras que los países del África central, como la RDC, vienen insistiendo en usar predicciones basadas en indicadores macroeconómicos de las futuras emisiones.

El tema es también delicado para la Cordillera Azul. Aunque allí no ha habido una guerra, a diferencia de la RDC, tampoco ha habido altas tasas de deforestación como en Indonesia. Cuando CIMA y sus colaboradores –el gobierno peruano y el Field Museum de Chicago—trataron de predecir las tasas de deforestación, el modelo GEOMOD que usaron falló en reflejar la realidad sobre el terreno.

Monitoreo, año tras año

El monitoreo ayudará, pero requiere tiempo y dinero. "El seguimiento se hará más y más poderoso si se realiza año tras año", señala Stolle. Pero los países "difícilmente… harán el esfuerzo de realizarlo sistemáticamente". Algunas veces no hay voluntad política, pero con frecuencia hay insuficiencia de fondos, infraestructura y capacidad humana.

Los países difieren ampliamente en sus capacidades de vigilar y medir las emisiones de sus bosques. En un extremo está Brasil, el país con el bosque tropical más grande y el mayor emisor de gases de efecto invernadero por la pérdida de bosques tropicales, 30 por ciento de la emisión global de la deforestación. Brasil es también uno de los dos países en desarrollo con un gran programa de vigilancia de los bosques. Su Proyecto de Monitoreo de la Selva Amazónica Brasilera por Satélite (PRODES) produce imágenes de alta resolución que debería ayudar a satisfacer las metas del país de reducir a la mitad las emisiones provenientes de la deforestación y degradación para el 2018.

La mayoría de los otros países están muy por detrás. La RDC por ejemplo, aún carece de suficiente personal entrenado para analizar sistemáticamente los datos de los sensores remotos, afirma Laporte.

La RDC mantiene el segundo bosque tropical sobreviviente del mundo, y recientemente recibió US$200,000 del Forest Carbon Partnership Fund del Banco Mundial para empezar a trabajar con la REDD. Laporte, que está ayudando al Ministerio de Medioambiente de la RDC a desarrollar una estrategia nacional para la REDD, afirma que es muy poco y tomó demasiado tiempo (dos años) obtenerlo. "Y es una lástima", añade. "No se puede pedir a los países moverse rápido en algo si no tienen dinero para hacerlo".

Esta variación en las capacidades significa que no puede haber un estándar uniforme en los proyectos de la REDD, al menos al inicio. "La clave de la REDD es que los diferentes países puedan entrar a diferentes niveles", anota Asner.

El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ha elaborado directrices sobre buenas prácticas para desarrollar sistemas de evaluación de carbono. Las directrices están divididas en tres niveles, cada una más precisa en el sistema de contabilidad de carbono que la anterior. Si la REDD pasa a formar parte de un acuerdo internacional sobre cambio climático post Kioto, muchos países deberían estar en capacidad de entrar a la REDD bajo el Nivel 1, que es la contabilidad más cruda de la cobertura forestal y de las reservas de carbono, según los expertos. Esperan que la mejora gradual en tecnología y capacidad debería permitir eventualmente acceder a los niveles 2 y 3.

Es importante recordar que "la REDD no puede ser perfecta ahora", acota Laporte. "Pero es el único tipo de instrumento económico que se puede tener para frenar realmente la gran deforestación".