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Traducir las estadísticas y el riesgo a un lenguaje fácilmente comprensible es vital para comunicar la ciencia de manera eficaz, afirma Andrew Pleasant.

La preocupación por el modo como los periodistas presentan las estadísticas y el riesgo tiene más años que cualquiera de los lectores de este artículo. Académicos, periodistas y muchas organizaciones han preparado numerosos libros, cursos de formación y conferencias sobre el tema.

Tanto periodistas como científicos generalmente explican el riesgo y las probabilidades de tal manera que distorsionan la idea que quieren transmitir.

Para llamar la atención de su público y, más importante aún, ganar su confianza, usted debe comunicar los resultados científicos y su impacto de forma clara y precisa, lo que muchas veces significa traducir el contenido de un artículo científico a un lenguaje comprensible para el público general.

Traducir la evidencia

El resumen de un artículo debería sintetizar la evidencia más importante, pero eso no siempre sucede.  Por ello, lo más recomendable es leer el artículo completo en busca de las afirmaciones que serán de mayor interés para sus lectores.

Recuerde que los periodistas escriben los hechos más importantes y las principales afirmaciones (‘la noticia’) al principio de la historia, mientras que los artículos científicos comienzan por la metodología, las advertencias y las pruebas que apuntalan la investigación. En un artículo científico, la evidencia puede ser cuantitativa (numérica), cualitativa o una combinación de ambas. Aquí abordaremos la evidencia cuantitativa.

Como recomendación general, traduzca los datos cuantitativos a su equivalente más cercano en el lenguaje común y ponga las cifras exactas entre paréntesis. Por ejemplo, la gente suele decir la mitad, no el 50 por ciento; entonces, escriba ‘alrededor de la mitad (el 51,2 por ciento)’ o ‘un tercio (el 33 por ciento)’.

A menos que se trate de coincidencias exactas, como un tercio y 33 por ciento, mi recomendación es mencionar siempre el dato específico e incluir el margen de error (muchas veces llamado ‘intervalo de seguridad’), que es un indicador de la fiabilidad de la evidencia.

A menudo, los artículos científicos informan sobre porcentajes, por ejemplo, "el 20 por ciento de una muestra de 215 sujetos", o simplemente incluyen el porcentaje en una tabla o un gráfico. Usted debe hacer el cálculo para sus lectores y escribir: "43 de las 215 personas que componían la muestra (el 20 por ciento)". De esta manera, se contemplan diferentes formas de entender la evidencia y se logra que mucha más gente pueda comprender la información.

Lección: Sus lectores no son el destinatario principal de los artículos publicados en las revistas científicas, de modo que hay que traducir los datos. Usted es el único responsable de conseguir que las conclusiones y la evidencia que las respalda sean del todo comprensibles para el público, teniendo en cuenta su nivel de alfabetización y habilidades aritméticas.

Riesgo individual versus riesgo poblacional

Una de las estimaciones que se revelan con frecuencia es el riesgo de que una mujer desarrolle cáncer de mama a lo largo de su vida, tasa que oscila entre un tres y algo más del 14 por ciento en el mundo.

Los periodistas deben ayudar a que el público comprenda qué efecto tienen intervenciones como las vacunas en el riesgo de contraer una enfermedad

Flickr/Nick Atkins Photography

En Estados Unidos, el 12,7 por ciento de las mujeres desarrollará cáncer de mama en algún momento de su vida. Al comunicar esta estadística, se acostumbra a decir: "una de cada ocho mujeres sufrirá cáncer de mama", pero muchas lectoras no comprenderán el riesgo real de esta afirmación. Por ejemplo, más del 80 por ciento de las mujeres estadounidenses entienden erróneamente que se diagnostica cáncer de mama a una de cada ocho mujeres al año.

Con la estadística ‘una de cada ocho’ se obtiene un titular llamativo, pero la representación del riesgo individual de cáncer de mama puede ser muy inadecuada.

El riesgo real de que una mujer padezca cáncer de mama varía por numerosas razones a lo largo de la vida y rara vez corresponde a la estadística ‘una de cada ocho’. Por ejemplo, en Estados Unidos se diagnostica cáncer de mama al 0,43 por ciento de las mujeres de entre 30 y 39 años (una de cada 233). Y en el caso de las mujeres de entre 60 y 69 años, la tasa es del 3,65 por ciento (una de cada 27).

Puede que los periodistas informen sólo del riesgo promedio (‘una de cada ocho’) por falta de espacio. No obstante, esa forma de plantear los datos supone equivocadamente que las lectoras no están interesadas en comprender las estadísticas subyacentes o son incapaces de hacerlo. De ahí la importancia capital de encontrar la manera de presentar un panorama lo más completo posible del asunto, bien a través de palabras o de gráficos.

Lección: Asegúrese muy bien de que sus lectores comprenden que la estimación del riesgo, la exposición o la probabilidad para el conjunto de la población puede no describir de forma precisa las situaciones individuales. Además, proporcione información relevante para explicar la variación del riesgo individual en función de factores como la edad, la alimentación, el nivel de alfabetización, la ubicación geográfica, el nivel educativo, los ingresos, el componente racial y étnico, así como otra serie de factores genéticos y relacionados con el estilo de vida de las personas.

Riesgo absoluto y riesgo relativo

Es probable que también deba decidir si informa sobre estimaciones de riesgo absoluto o relativo. El riesgo absoluto no es más que la probabilidad de que ocurra algo (por ejemplo, el dato ‘una de cada ocho’ que mencionamos antes). En tanto, el riesgo relativo es la comparación del riesgo en dos situaciones distintas.

Por ejemplo, imaginemos que una investigación informa sobre una nueva vacuna para prevenir el dengue. En el estudio imaginario se suministra a dos grupos equivalentes de 1.000 brasileños una vacuna o un placebo. Después de cinco años, se diagnostica dengue a una persona que recibió la vacuna y a cuatro que únicamente recibieron el placebo.  

El riesgo absoluto de contraer dengue con la nueva vacuna es del 0,1 por ciento y de 0,4 en el caso del placebo. Los titulares podrían decir sin conducir a error: “Nueva vacuna disminuye 0,3 por ciento el riesgo de dengue”, pero no interesarían a nadie.

Sin embargo, el riesgo relativo ofrece una imagen muy diferente. La nueva vacuna reduce un 75 por ciento el riesgo relativo, en comparación con el placebo. Los titulares también podrían decir sin conducir a error: “Nueva vacuna disminuye un 75 por ciento el riesgo de dengue”, y desde luego captarían la atención de los lectores brasileños.

Ahora bien, una diferencia de esa magnitud en realidad puede ser muy pequeña, dependiendo de lo extendida que esté la enfermedad. Si una enfermedad afecta a cuatro individuos por cada un millón de personas, bajar el riesgo a un cuarto (una reducción del 75 por ciento) salva apenas a tres personas por cada millón. Por lo tanto, más allá del titular, hay que presentar un análisis exhaustivo y equilibrado que pondere los riesgos y los beneficios.

Lección: El uso del riesgo relativo o del absoluto puede crear dos imágenes sustancialmente diferentes de un mismo riesgo. Los periodistas deben ayudar a que su público comprenda esta distinción capital. Nunca dé por sentado que el público conoce la diferencia entre el riesgo absoluto y el relativo. Tampoco dé por supuesto que el público está en condiciones de calcular con precisión e interpretar las diferencias entre las dos técnicas. Una buena práctica es comunicar las dos clases de riesgo de forma clara y concisa, junto con las implicaciones de tales diferencias.

El peligro de comparar riesgos

Los periodistas deberían evitar comparar riesgos con actividades cotidianas como conducir un coche

Flickr/smif

Los analistas muchas veces intentan comunicar un nuevo riesgo comparándolo con uno que el público ya conoce, pero este recurso se puede volver en contra.

Por mencionar un caso, recientes informes periodísticos sobre el hallazgo de la bacteria Escherichia coli en productos que contenían espinaca en varias zonas de Canadá y Estados Unidos citan estas palabras de un funcionario de gobierno: "Al igual que sucede con la vaca loca (otra causa de alarma vinculada con productos agrícolas), el riesgo de enfermarse a causa de la infección por E. coli es en realidad insignificante. Se corre mucho más riesgo saliendo a la autopista".

Ese tipo de comparaciones, por bien intencionadas que sean y más allá de que se realicen en un país pobre o rico, están condenadas al fracaso, por varios motivos. En el ejemplo, la intención del gobierno de tranquilizar a la población comparando el riesgo con la enfermedad de la ‘vaca loca’ (Encefalopatía Espongiforme Bovina o EEB) se puede volver en contra porque está probado que cuando el gobierno británico debió afrontar la propagación de la EEB, no dijo la verdad sobre el riesgo que presentaban los alimentos contaminados.

Trate de no comparar riesgos disímiles. Por ejemplo, una comparación muy extendida del tipo ‘es más probable que lo arrolle un autobús / tenga un accidente de tráfico que…’, por lo general no informará a la gente sobre los riesgos a los que se enfrentan porque las situaciones que se comparan son muy diferentes. Cuando una persona evalúa riesgos y toma decisiones, suele tener en cuenta qué control tiene sobre el riesgo. Conducir implica un riesgo voluntario que las personas (equivocadas o no) creen poder controlar. Esa clase de riesgo se diferencia notoriamente de la contaminación subyacente por un producto alimenticio o la picadura del mosquito que transmite la malaria.

De igual modo, es inadecuado comparar el riesgo de contraer enfermedades no transmisibles como la diabetes o las cardiopatías, con el riesgo de enfermedades transmisibles como el VIH/SIDA o la lepra. Los mecanismos de las enfermedades son diferentes, y los distintos enfoques culturales y sociales de cada una hacen que la comparación sea una estrategia de comunicación riesgosa en sí misma.

Lección: Trate de no comparar riesgos diferentes y si lo hace, que sea con suma cautela porque no puede controlar cómo interpretará el público el uso de metáforas. Esto es particularmente cierto cuando están implicadas múltiples culturas. Las metáforas suelen tener distintos significados para diferentes personas. Tomemos por caso la conocida frase: “El amor es como una rosa roja”. ¿Qué significa exactamente el amor para el lector? ¿Es el aroma agradable, el bello entramado de pétalos, el rojo profundo o acaso las filosas espinas?

En síntesis

Para comprender por qué distintas personas enfrentadas al mismo riesgo toman decisiones diferentes, hay que entender el contexto. Si quiere comunicar la ciencia con éxito, debe empezar por conocer a su público en términos de lenguaje, habilidades matemáticas y cultura.

Conozca a su público y revise con él lo que escribe desde el principio y a menudo. Puede comenzar con colegas, amigos e integrantes de la familia. Aun mejor, de vez en cuando puede reunir a un grupo que forme parte del público para hablar con ellos sobre la cobertura de los temas científicos. Así sabrá lo que les gusta y lo que no, lo que comprenden y lo que desean comprender.

Cuando comunique el riesgo, reconozca que sus habilidades tienen límites y pregunte para clarificar, en lugar de repetir como un loro lo que dice el especialista técnico. No tenga miedo de llamar al autor del artículo científico y pedir más explicaciones. Trate de entablar buenos vínculos con los académicos que podrán ayudarlo.

Desde la prensa escrita, la radio, la televisión o Internet, los periodistas pueden y deben contribuir a impulsar la difusión de conocimientos certeros. Para lograrlo, hay que atraer la atención del público y ganarse su confianza.

Para cumplir ese objetivo, usted debe descifrar las complejidades de la ciencia y comunicar la información con claridad. Primero, asegúrese de comprender las ideas principales. Luego, si es importante hacerlo, explique aspectos más complejos de forma que tanto usted como sus lectores puedan comprenderlos cabalmente, así como evaluarlos y utilizarlos. El resultado será un público mejor informado que confiará en el trabajo que usted hace.

Andrew Pleasant es profesor adjunto de Rutgers, la Universidad Estatal de Nueva Jersey, Estados Unidos. Es coautor del libro Advancing health literacy: A framework for understanding and action.