03/01/06

¿Estará el 2006 a la altura de los retos planteados en el 2005?

Crédito de la imagen: Morguefile

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Aunque el año pasado no se cumplieron las expectativas de un cambio significativo en la naturaleza de la cooperación para el desarrollo, al menos se puntualizaron los retos a enfrentar para cumplirlas.


El año pasado se inició con la esperanza – luego de dos décadas de relativo descuido – de una nueva dimensión política, de alto nivel, sobre la importancia que tienen la ciencia y la tecnología para el desarrollo. Hubo también esperanzas de que esto se expresaría a través de un aumento importante en el apoyo de la comunidad internacional a la construcción de capacidad científica [ver Will 2005 be the year of ‘science for development’? (¿Será 2005 el año de la ‘ciencia para el desarrollo’?)].


Por ejemplo, se anticipó ampliamente, y de manera correcta, que la necesidad de un movimiento así sería destacado en importantes iniciativas que debían reportarse en 2005, como la Comisión para África encabezada por el Reino Unido y el Proyecto del Milenio de la ONU. Más aún, un cambio así era ya discernible dentro de las agencias de cooperación de algunas naciones industrializadas.


Además, varias acciones que dominaron los titulares en el 2005 reforzaron el mensaje. El más dramático fue la devastación causada por el tsunami del Océano Índico en los últimos días de 2004. Esto reveló la necesidad de una mejor predicción de desastres, y de más desarrollo sustentable en la región, aspectos ambos en los que la ciencia y la tecnología desempeñan un papel clave.


Pero si bien se refleja un progreso importante en algunas áreas individuales – y una disposición a invertir en el pronóstico de tsunamis ciertamente es una de ellas -, el progreso en un cambio más amplio de las actitudes ha sido lento. Por dar sólo un ejemplo, hubo escasa mención de las necesidades de África en ciencia y tecnología en el comunicado final de la cumbre del G8 en julio.


Realidades políticas


Es esencial que quienes demandan el reconocimiento político de tales necesidades mantengan sus demandas en 2006. Es también importante que, si han de ser resueltas, las llamadas estén revestidas de realismo político – y esto significa una percepción de la importancia de la ciencia que se base en evidencia sustanciada, y no en el pensamiento con el deseo.


La imagen ciertamente dista de ser sombría. Si las necesidades científicas y tecnológicas del mundo en desarrollo no generaron el respaldo público que requerían de los líderes políticos del mundo industrializado, hubo señales prometedoras desde el interior del propio mundo en desarrollo.


En África, por ejemplo, la lista de países individuales preparados para identificar a la ciencia y la tecnología como una prioridad política – y para convertirla en compromiso público – está creciendo con solidez.


También crece el número de gobiernos que aceptan que, para lograrlo, las políticas científicas deben conectarse con estrategias de desarrollo más amplias. La conciencia de la necesidad de pensar a la vez estratégica y regionalmente se refleja en la decisión de elaborar y avalar un “plan de acción consolidado” a nivel continental, que fue aprobado por los ministros africanos de ciencia en una reunión en Senegal, en septiembre (haga clic aquí para más detalles)..


Pero elaborar una lista de buenas intenciones es apenas el primer paso. Es más difícil persuadir a quienes controlan los hilos de la cartera (lo cual significa los ministros de finanzas más que los de ciencia) de que invertir en capacidades científicas y tecnológicas debe ser prioritario en relación con iniciativas que ofrecen recompensas políticas más inmediatas.


Los peligros del proteccionismo


El problema no se reduce al mundo en desarrollo. Una de las promesas más grandes del primer ministro británico Tony Blair cuando asumió la presidencia de la Unión Europea por seis meses, en julio del año pasado, fue que usaría la oportunidad para cambiar la asignación de fondos europeos de subsidiar la producción de alimentos, a invertir en investigación y desarrollo.


En gran medida estos esfuerzos fracasaron. No porque estuvieran mal dirigidos. Lo que ocurrió fue que el momento político no permitió superar la tradición proteccionista de los agricultores europeos, en Francia y otras partes del mundo.


Lo mismo sucedió en la última sesión de la llamada “ronda de Doha” de negociaciones comerciales mundiales que se celebró en Hong Kong poco antes de que concluyera el 2005. Otra vez hubo promesas – dirigidas sobre todo a encarar las frustraciones generadas por las negociaciones dos años antes en Cancún, México – de que ésta sería una “ronda para el desarrollo”.


Una vez más los esfuerzos por poner un énfasis significativamente mayor en el uso de la cooperación para construir capacidad económica en los países en desarrollo – incluyendo la necesidad de invertir tanto en la infraestructura concreta como en la de “conocimiento” requerida para lograrlo – fueron desviados por los defensores de políticas proteccionistas de las naciones industrializadas.


Las tareas del futuro


Esto no significa que todo proteccionismo sea malo. Un informe extensamente sustentado, publicado el verano pasado por la organización de desarrollo Christian Aid, sacudió a la comunidad económica defendiendo de manera enfática una ración limitada de proteccionismo en los países en desarrollo en la medida en que se encuentran dando sus primeros pasos tentativos hacia construir una economía de conocimiento.


Aquí la parte relevante del argumento es que la capacidad de participar con efectividad y éxito en una economía global abierta requiere cada vez más un nivel de capacidad científica y tecnológica – pero que las medidas proteccionistas pueden contribuir a construir esta capacidad (como lo han mostrado India y China) de tal manera que puedan, aunque sólo sea temporalmente, superar al argumento puramente económico a favor de los mercados abiertos.


Este es el caso que debe defenderse en los años por venir. Las lecciones positivas de 2005 son, en primer lugar, que el argumento intelectual sobre el papel de la ciencia y la tecnología para cubrir las necesidades de los países en desarrollo en gran medida ya se ganó, y en segundo lugar, que – aunque sea de modo limitado – este argumento está encontrando un lugar cada vez más importante en el repertorio de quienes son responsables de políticas efectivas de cooperación.


La lección menos positiva es que, aunque se haya ganado el argumento intelectual, asegurar que sea incorporado a la política pública principal sigue siendo un reto fundamental, tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo.


Esta es una tarea política, pues implica modificar las prioridades de un modo que inevitablemente significa que habrá perdedores igual que ganadores: la discusión europea ha puesto de relieve cómo más dinero para los científicos puede significar menos dinero para poderosos grupos políticos, como los agricultores, y qué tipo de oposición puede generar este hecho.


Presentar un argumento sólido a favor de más inversión en capacidad científica y tecnológica también puede verse como una tarea de comunicación científica. Después de todo, para volverse políticamente aceptable, la defensa de tal inversión también debe volverse aceptable para quienes votan para llevar a los políticos al poder. Lo cual significa demostrar, de tantos modos como sea posible, que esto juega a favor de sus propios intereses, aunque ello ocurra en el largo plazo.


2005 puede no haber visto el reto enfrentado de manera efectiva. Pero al menos ha sido planteado. Es de esperarse que 2006 acepte y responda al desafío de una manera más concreta.