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Las academias de ciencias del mundo en desarrollo deben comprometerse con la realidad si quieren influir en la política.

Piense en una ‘academia de ciencias’ y lo que inmediatamente se viene a la mente es un club de ancianos académicos ‘generalmente todos varones’, sentados a puerta cerrada discutiendo la investigación más reciente publicada en revistas científicas. Si acaso suspenden la discusión, es solo para decidir quién debería ser elegido para su selecta compañía.

La imagen es, por supuesto, una caricatura. Muchas academias científicas, particularmente en el mundo desarrollado, cada vez interactúan más con gobiernos sobre temas científicos, y alientan el debate público sobre esos aspectos. Para algunas, como la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., éstas han sido actividades clave desde hace mucho tiempo.

Con frecuencia, la imagen de las academias científicas como instituciones de elite es más que cercana a la realidad.

Tristemente, así sucede particularmente en muchas regiones del mundo en desarrollo. De hecho, son a menudo los países que más necesitan una comunidad científica activa y comprometida los que sufren de aislamiento académico heredado como legado del colonialismo.

Fuertes oportunidades

Tal como lo demostraron dos reuniones el mes pasado, las oportunidades para que las academias científicas promuevan el desarrollo económico y social, -actuando como intermediarios clave entre los mundos del conocimiento y el poder- nunca han sido más fuertes.

Una fue la reunión por el 25 aniversario de la Academia de Ciencias para el Mundo en Desarrollo (TWAS, en su sigla en inglés), realizada en Ciudad de México. Muchos conferencistas describieron cómo la TWAS ha elevado el reconocimiento y el estatus de la ciencia en el Sur. (ver TWAS – torch bearer for science in the developing world).

La segunda fue una reunión de dos días de la Royal Society, en Londres, sobre cómo las academias africanas de ciencia pueden ayudar a mejorar el impacto de las políticas gubernamentales en el continente. Fue organizada por la Iniciativa para el Desarrollo de la Academia Africana de Ciencia, un proyecto respaldado por la Fundación Bill y Melinda Gates.

Ambas reuniones destacaron la importancia de las academias científicas en convencer a los gobiernos de invertir en ciencia para el desarrollo. “Los científicos están en el centro de la economía del conocimiento, por lo que deberían estar en el centro de las estrategias de desarrollo”, dijo un participante de Kenia en Londres.

Decisiones más progresistas

Las reuniones también hicieron énfasis en cómo las academias pueden, al menos en principio, alentar a los gobiernos a tomar decisiones más progresistas. En particular pueden ayudar a asegurar que las políticas se diseñen sobre evidencias científicas claras, especialmente donde las elecciones puramente políticas pueden llevar a tomar una dirección diferente.

Por ejemplo, a un influyente informe de la Academia de Ciencias de Sudáfrica se le ha dado mucho crédito por ayudar a cambiar las actitudes públicas hacia el uso de suplementos dietarios para tratar el VIH/SIDA.

La reunión de Londres sugirió que la comunidad de investigadores en general, -y las academias en particular- podrían ayudar a los generadores de políticas a tratar temas clave, desde la seguridad de los cultivos genéticamente modificados hasta la identificación de las prioridades sanitarias de los países para que coincidan con las de las agencias que hacen investigación médica.

El posible impacto

Pero si el rol potencial de las academias está claro, es el camino para alcanzarlo el que está confuso. Las capacidades y los recursos son una prioridad. Los participantes en las dos reuniones destacaron que las academias son instituciones relativamente pequeñas que guardan celosamente su independencia frente a los gobiernos, y así solo serán tan efectivas como lo sean quienes las dirigen.

Las academias requieren un personal administrativo que pueda controlar sutilmente los comités si quieren hacer un impacto significativo en la formulación de políticas. También necesitan un equipo que pueda comunicar efectivamente las recomendaciones de los comités tanto a quienes formulan las políticas como al público en general, a través de los medios de comunicación, y en un lenguaje que pueda ser comprendido por quienes no sean expertos.

Pero aquellos que dirigen las academias deben también tener la voluntad de comprometerse proactivamente con el mundo exterior, sin importar si les resulta incómodo.

Y la comunidad que formula las políticas debe responder a esa voluntad. Los políticos y otros actores que tomen decisiones deberían ver a los científicos no como un grupo que persigue su propia agenda, sino como una fuente de consejo oportuno y útil que trate verdaderas opciones políticas.

Las academias pueden hacer mucho para ayudarse a sí mismas. Cuanto más se adhieran a sus roles tradicionales, más serán vistas como instituciones egoístas e ignoradas por los gobiernos.

Por el contrario, cuanto más las academias muestren que quieren comprometerse con el mundo real, -escuchando lo que éste tiene para decir, y demostrando la humildad de admitir que ellas no tienen todas las soluciones- es más probable que los responsables de formular la política las vean como socios activos y constructivos.

Cuando eso suceda, -y las academias de ciencia se comprometan a eliminar su imagen elitista, los recursos que necesitan para mejorar sus roles aumentarán casi inevitablemente en proporción directa al valor que le de la sociedad.

Las academias no tienen más que temer sino a ellas mismas.

David Dickson
Director, SciDev.Net