01/11/09

Brasil: terreno fértil para la ciencia

El castillo de Fiocruz en Manguinhos, Rio de Janeiro Crédito de la imagen: Econt / Wikipedia

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Al norte de Rio de Janeiro se ubica un castillo inspirado en La Alhambra. Es la sede central de la Fundación Oswaldo Cruz, comúnmente conocida como Fiocruz.

Cruz quería un templo para la ciencia, un emblema que la gente reconociera y respetara, escribe Gene Russo, editor de Naturejobs, en el último número de la revista Nature (octubre 2009).

Financiado por el gobierno federal, Fiocruz es uno de los principales empleadores y formadores, con casi 6.000 investigadores en todo el país.

Brasil podría lograr un importante rol dentro de la investigación internacional si pudiera capitalizar sus vastos recursos naturales y su pujante economía, sostiene Russo.

Desde 2000 el congreso aprueba fondos para presupuestos futuros, lo que permite que las agencias de financiamiento científico planifiquen proyectos a largo plazo.

Impuestos a las empresas petroleras y otras industrias proporcionan una fuente fija de fondos. Pero el gasto federal en I+D todavía está levemente sobre el 1 por ciento del Producto Interno Bruto y la crisis financiera no permitirá que llegue a 1,5 por ciento en 2010, como planeaba el gobierno.

 Apoyo estatal

Si bien los estados proporcionan parte de sus impuestos a investigación científica, los salarios y beneficios todavía son insuficientes para muchos investigadores, lo que contribuye a la fuga de cerebros. Aunque el gobierno brasileño ha intentado que el talento científico no deje el país y ha entregado un amplio apoyo a los estudios de postgrado en el extranjero, hoy las becas son más selectivas.

Para hacer más atractiva la educación de postgrado dentro del país, especialmente en regiones menos desarrolladas, el Ministerio de Ciencia y Tecnología inició en 2004 una ‘red biotecnológica del noreste’, que involucra a 30 instituciones. Desde su creación el programa ha recibido U$15 millones.

El gobierno también ha incentivado la ciencia a nivel privado, aunque con resultados variados. Desde 2006 entrega US$200 millones al año para la iniciación de empresas, incluyendo firmas biotecnológicas. La mayoría se concentra en agricultura y salud humana. “El dinero puede estar disponible, pero el problema real es navegar en la burocracia gubernamental para obtener autorización para los ensayos clínicos”, dice Gerardo Mendoza, director de Bionext, una pequeña empresa biotecnológica de Sao Paulo.

Otro desafío es mover la investigación científica hacia productos biotecnológicos. "Todavía hay visiones erradas sobre el capital de riesgo, los científicos y ganar dinero", dice Darío Grattapaglia, de Embrapa, el brazo científico del Ministerio de Agricultura de Brasil.

En Fiocruz se estableció un centro para desarrollar tecnología para la salud, con la idea de establecer una suerte de incubadoras que podrían significar nuevos productos o conducir a ensayos clínicos. Pero la burocracia persiste y negociar la transferencia de propiedad intelectual es difícil.

No obstante, la investigación universitaria ya ha conducido a promisorias empresas biotecnológicas. Dos de ellas, Alellyx y CanaVialis mostraron ser tan promisorias que la gigante estadounidense Monsanto las compró en 2008 por US$290 millones. Pero son casos aislados. "El problema es que no tenemos una cultura empresarial entre los estudiantes", dice Paulo Arruda, cofundador de Allelyx, quien sostiene que las universidades debieran ofrecer más cursos de negocios a los estudiantes de ciencias y más pasantías en empresas.

Pero ni aumentar el número de oportunidades de investigación ni impulsar el rol del sector privado parecen obstáculos insalvables. Si el estigma industria-academia se desvanece, los salarios aumentan y el talento nativo regresa a casa, las ciencias de la vida en Brasil estarán llenas de promesas y, probablemente, llenas de más templos de la ciencia, concluye Russo.

 

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