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Una importante conferencia sobre el significado cultural de la ciencia sigue siendo tan pertinente hoy como lo fue hace 50 años.

Este mes se cumplen cincuenta años desde que C. P. Snow, un eminente químico británico convertido en novelista, impartiera una conferencia en la Universidad de Cambridge. Originalmente, pretendía advertir cómo la falta de acceso a la ciencia y tecnología, estaba separando a los ricos de los pobres.
 
Pero cuando iba a pronunciarla, el enfoque cambió, profundizando más en las tensiones y malentendidos entre los científicos y la intelectualidad literaria. Esta idea, sintetizada en su siguiente libro, Dos culturas (The Two Cultures, título original en inglés), se convirtió rápidamente en un asunto ampliamente conocido y muy debatido en todo el mundo de habla inglesa.
 
Así se ha mantenido desde entonces. Aún cuando las tensiones identificadas por Snow parecen haberse suavizado desde los años cincuenta –por ejemplo, hoy muchos novelistas escriben con razonable conocimiento sobre las ideas científicas– todavía subsiste una desconfianza generalizada sobre el pensamiento científico.
 
Mientras tanto, la idea que Snow consideraba la más importante –es decir, el papel de la ciencia para reducir la brecha entre ricos y pobres– ha sido olvidada como el tema motivador de su conferencia.
 
Ciencia para la transformación
 
Sin embargo, esta idea es tan pertinente hoy como lo fue entonces, particularmente cuando se considera la insistencia de Snow de que a menos que se adoptase ampliamente la ciencia y la tecnología modernas, los problemas sociales y económicos del mundo en desarrollo no serían resueltos.
 
Señaló proféticamente a países como China e India que estaban cimentando sus planes de modernización alrededor de la ciencia. Al hacerlo, se estaban comprometiendo a transformar las economías rurales en industriales en unas cuantas décadas y no en siglos, como le tomó a Occidente. 
 
Snow también luchó apasionadamente para que las sociedades occidentales, que trabajan con sus comunidades científicas, tuvieran la responsabilidad moral de proporcionar los recursos humanos y financieros necesarios para permitir un proceso similar en cualquier lugar del mundo en desarrollo.
 
Sus remedios específicos, tales como el despliegue masivo de ejércitos de científicos e ingenieros de Occidente hacia los países en desarrollo, pueden parecer anticuados. Pero el mensaje global sigue siendo muy relevante, tal vez, como lo señalan comentarios recientes, aún más pertinente que la controvertida idea de “dos culturas” (véase, por ejemplo, un reciente editorial de Nature:  ‘Doing good, 50 years on‘).
 
¿Arrogancia científica?
 
No obstante, otro aspecto de la conferencia de Snow es menos recomendable. El parece afirmar la superioridad de los científicos sobre la cultura no científica con una confianza que a veces bordea la arrogancia que él mismo criticaba a otros.
 
Esto, tal vez es mejor expresado en su frase ampliamente citada, de que los científicos “tienen el futuro en sus huesos”. Los científicos, declaró, miran hacia delante y son optimistas acerca del futuro; otros intelectuales sólo miran hacia atrás y se quejan de las perspectivas del mundo.
 
Irónicamente, las propias predicciones de Snow socavan esta conclusión.
 
Predijo, con un alto grado de certeza, que la brecha entre ricos y pobres desaparecería para el año 2020, una vez que otros países en desarrollo se dieran cuenta de lo que la China e India podrían conseguir.
 
Pero casi un decenio después del 2000, la brecha sigue aumentando en muchas regiones. El optimismo de Snow, de que el mundo en su conjunto tiene suficiente para comer y mantener a las personas saludables está lejos de la realidad. Anticipadamente se sabe que muchos países no alcanzarán los Objetivos de Desarrollo del Milenio previstos para 2015.
 
Ciencia: esencial pero no suficiente
 
Tanto la fuerza como el valor que continúa teniendo el análisis de Snow se basan en su defensa de que todas las sociedades, ricas y pobres, deben reconocer y aceptar a la ciencia como una parte importante de su cultura. Esta es la idea que, por ejemplo, subyace en los recientes esfuerzos de los países desarrollados y en desarrollo por promover la comunicación pública de la ciencia.
 
Pero este análisis es demasiado superficial. Existe un supuesto según el cual cuando los países invierten suficiente en ciencia y tecnología (y en la educación que subyace en ello), el progreso social llega de manera automática.
 
Las deficiencias de este determinismo científico se hicieron evidentes en las décadas posteriores a la conferencia de Snow. En ese periodo, el discurso político se volvió cada vez más centrado no en las promesas de la ciencia, sino en sus inaceptables aspectos colaterales, desde las armas nucleares y la contaminación ambiental hasta el calentamiento global y el cambio climático.
Desde entonces, la desconfianza en la ciencia ha sido, en cierta medida, afortunadamente corregida. Pero todavía hay mucho camino por recorrer, sobre todo desde quienes fueron educados en la cúspide de este discurso crítico y que ahora ocupan posiciones influyentes tanto en el gobierno como en la sociedad civil.
La verdadera división cultural no está entre quienes tienen fe en la ciencia y los que no. Está entre aquellos cuyas creencias son fundamentalistas, y proyectan el valor o los peligros de la ciencia moderna como verdades absolutas, y quienes ven a la ciencia como una condición necesaria pero insuficiente para lograr el progreso humano.
Y eso es válido tanto para los países ricos y pobres por igual.

David Dickson
Director, SciDev.Net