15/08/14

Q&A: la fórmula argentina contra fuga de cerebros

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Lino Barañao, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva Crédito de la imagen: Mincyt (Argentina)

De un vistazo

  • Contrato asegurado, subsidio a institución y equipamiento: pilares de repatriación científica
  • Programa Raíces vincula a científicos del exterior con los del país
  • A través de nueve redes, científicos argentinos en el exterior colaboran con I+D del país

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[BUENOS AIRES] Revertir la fuga de cerebros y facilitar el retorno de los investigadores y sus familias es uno de los objetivos de las políticas de ciencia y tecnología del gobierno de Argentina. Desde 2004 se ha logrado repatriar a 1.111 especialistas. Actualmente, en el país hay la misma cantidad de científicos que en el extranjero: alrededor de 8.000.
 
En la siguiente entrevista, Lino Barañao, Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, cuenta a SciDev.Net los esfuerzos que se realizan desde el ministerio para mejorar las condiciones en que se desarrolla la ciencia local, que incluye mantener lazos con científicos argentinos que trabajan en el exterior.
 

¿Por qué Argentina expulsó históricamente a los investigadores que formaba?

Lo más importante se dio en tres etapas. Primero en 1966, cuando sucedió la llamada Noche de los Bastones Largos, que implicó una golpiza generalizada y la intervención de la Universidad, que muchos consideraron inaceptable, y que los impulsó a renunciar y a emigrar. Eso le costó caro a la ciencia argentina e implicó un serio retroceso.
 
Luego en 1976, con la última dictadura militar en donde sí corría peligro la vida de muchos. No sólo no se estimulaba a la ciencia sino que se consideraba peligrosos a los investigadores, incluso a los que hacían la ciencia más básica. Con el regreso de la democracia en 1983 se buscó democratizar a todas las instituciones, también las científicas, pero no se pudo repatriar de manera sostenida, aunque sí volvieron muchos tras la noche de la dictadura. Y finalmente el neoliberalismo de los años 90, con la ciencia desvalorada y la crisis de 2001, terminaron de expulsar a muchos investigadores y científicos que el mismo Estado había formado. Yo mismo cobraba un sueldo de 50 dólares como científico acá: hice el cálculo y si me quedaba a pedir plata en un subterráneo de los Estados Unidos iba a ganar más.
 

¿Cómo intenta Argentina hoy evitar la fuga de cerebros y atraer a los científicos que están en el extranjero?

Hacia fines de los 90 se creó la Agencia Nacional de Promoción Científica, que buscaba otorgar fondos con un criterio moderno. Y el primer instrumento específico lo pensamos hacia 2005 a través del Banco Interamericano de Desarrollo. Consistía en hacer que las instituciones pidieran por el investigador y que no fuera el científico quien tuviera que realizar las gestiones. Y buscamos que hubiera un cargo nuevo asegurado, para que quien regresara no disputara en desigualdad de condiciones con quienes se hubieran quedado aquí. Se dio un subsidio de reingreso, se facilitaron las condiciones de retorno a él y a su familia, y también se brindaron condiciones mínimas de laboratorio. Entonces, básicamente fueron tres cosas: un contrato asegurado, un subsidio a la institución y equipamiento.
 

¿Cuándo agregaron los otros instrumentos o medidas?

Hacia 2010 hay una suerte de segunda etapa, con el regreso de muchos científicos que se habían ido con la crisis de 2001 y comenzaron a volver con el cambio de condiciones, seis o siete años después. Terminaron sus posdoctorados y volvieron porque aquí había mejores perspectivas, y también por razones afectivas. Se unió entonces el programa Raíces (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior) y el de modernización de equipamiento en los laboratorios.

“Buscamos que [los científicos] se nucleen para hacer algo por el país, desde tener noticias de Argentina, hasta que se reúnan en las embajadas, se estructuren y se conozcan si todavía no se conocen”

Lino Barañao

 

Su ministerio promueve redes de científicos argentinos en el exterior. En junio se formaron tres nuevas redes en Suecia, Dinamarca y Noruega bajo la promoción de su cartera. ¿Cuántas son y con qué fin fueron creadas?

Sentimos, y ellos [los científicos] también sienten, que aunque muchos quieran continuar con sus carreras en los mejores laboratorios extranjeros, lo cual está bien, igual tienen una deuda con la universidad argentina pública y gratuita donde estudiaron. Entonces, buscamos que se nucleen para hacer algo por el país, que va desde tener noticias de Argentina, hasta que se reúnan en las embajadas, se estructuren y se conozcan si todavía no se conocen. Ya hay redes de este tipo en siete países y en dos zonas distintas de los Estados Unidos. En total hay más de 800 científicos argentinos; las más importantes en cuanto a números son las de Francia y Alemania, que reúnen más de 200, y la de Italia, con más de cien.
 

¿Concretamente, en qué acciones se traducen estas redes?

En facilitar otro uso de esta suerte de diáspora que permita colaborar con lo que se hace acá, que vengan a dar cursos de un par de meses y que se pongan en contacto y colaboren concretamente con laboratorios instalados en Argentina. Para eso tenemos un instrumento conjunto que se llama Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica PICT-Raíces, algo muy útil porque van becarios afuera y usan esos mismos laboratorios. Lo que los hace más tentadores y captan así los mejores estudiantes.
 

Estas acciones, ¿cómo repercuten, por ejemplo, en la cantidad de artículos científicos firmados por argentinos?

Hay varias fuentes que hablan de un aumento importante. Por ejemplo, un trabajo de Alberto Kornblihtt, que midió la aparición en las revistas más significativas, menciona que el aumento en la cantidad de artículos es del 700% en los últimos diez años. Otro trabajo, hecho en el Instituto Leloir, con una búsqueda bibliográfica más amplia, señala que se multiplicó entre tres y cuatro veces en idéntico período. El cambio más significativo es que antes los trabajos más importantes se hacían en colaboración con laboratorios de afuera, ahora, el 40% son líneas de trabajo enteramente argentinas.