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Con la educación superior de regreso a la agenda de cooperación, SciDev.Net examina los éxitos, desafíos y lecciones aprendidas.

Toda persona que trate de abordar los problemas que enfrenta el mundo en desarrollo, debe recordar dos realidades. En primer lugar, ninguno de estos problemas –desde la escasez de alimentos y propagación de enfermedades, hasta la consecución de un crecimiento económico sostenible- pueden abordarse sin tener en cuenta el uso de la ciencia y la tecnología.

En segundo lugar, el aprovechamiento de la ciencia para el desarrollo depende de las competencias de los habitantes del país, lo que significa, a su vez, que se requiere un sólido y eficaz sistema de educación superior, el único mecanismo que puede producir y mantener esas competencias.

Pero últimamente, muchos gobiernos han pasado por alto esta información crítica. Pocos países en desarrollo, por ejemplo, se refieren a la ciencia o a la educación superior en sus Planes Estratégicos de Reducción de la Pobreza, los documentos que guían a los donantes, y a otros, en las prioridades de inversión de un país.

Felizmente, por diferentes razones –tal vez la más importante es la creciente toma de conciencia sobre la necesidad de una sólida base científica nacional en beneficio de la economía global del conocimiento— tanto los gobiernos de los países en desarrollo, como las organizaciones que financian el desarrollo, están reconociendo actualmente la necesidad de construir sólidos sistemas de educación superior.

El siguiente paso es considerar la mejor manera de lograrlo. ¿Cuál es el equilibrio apropiado entre enseñanza e investigación? Las necesidades económicas y sociales ¿deben impulsar las prioridades de investigación, o la investigación complementaria básica también debe ser un compromiso? Y ¿cuáles son las ventajas –y las trampas— de buscar competir con las instituciones de educación superior del mundo desarrollado?

Esta semana publicamos una serie de artículos que intentan poner bajo la lupa el papel de la educación superior en el cumplimiento de las metas de desarrollo. Los temas abarcan desde el papel que desempeñan los organismos de ayuda en apoyo de este proceso, hasta las oportunidades y obstáculos que enfrentan en el terreno los encargados de formular políticas.

Ayuda en acción

Un artículo de fondo establece el contexto general del debate, resumiendo los cambios de actitudes frente a la educación superior como un objetivo de desarrollo, las iniciativas importantes que se han puesto en marcha en las últimas décadas y los desafíos que han enfrentado tales iniciativas.

La Universidad de Makerere en Kampala, Uganda, se destaca por haber usado con éxito el respaldo de los donantes para convertirse en una de las universidades más productivas del este de África.

Berit Olsson, ex jefe de la agencia sueca de ayuda, fundamental para el éxito de Makerere, señala un caso elocuente de construcción de capacidades en las instituciones de educación superior como la clave para hacer que la ciencia y la tecnología contribuyan al desarrollo de un país (véase ‘Donantes: a financiar condiciones para la investigación’).

Arlen Hastings, del Grupo de Iniciativa Científica con sede en los Estados Unidos, señala los retos específicos que encaran los países africanos en su recorrido para seguir este camino. Los aliados extranjeros pueden ayudar, pero en última instancia corresponde a los propios países africanos comprometerse a hacer que ello ocurra, subraya (véase ‘Formación científica: si hay iniciativa, vendrá la ayuda’).

De la misma manera, el asesor científico del primer ministro de Jamaica, Arnoldo Ventura, argumenta que las universidades deben promover el crecimiento socio-económico, mediante la construcción de vínculos con la industria. Tales vínculos son necesarios para los países que deseen beneficiarse de los frutos de la innovación basada en el conocimiento, afirma (véase ‘Hay que repensar la infraestructura para la innovación’)

Pero todos estos argumentos plantean preguntas acerca del balance adecuado entre investigación orientada a metas e investigación generada por la curiosidad. Phuong Nga Nguyen, de la Universidad Nacional de Vietnam, en Hanoi, sostiene que en la orientación de la investigación hacia prioridades económicas y comerciales no se debe ir demasiado lejos (véase ‘Políticas de investigación amenazan capacidad universitaria’). Las universidades más exitosas en el mundo desarrollado han construido sus fortalezas en ambas áreas, señala.

Lemuel V. Cacho, experto en ciencias políticas de la Universidad de La Salle, en Filipinas, ve peligros paralelos en dedicarse demasiado a las prioridades de investigación establecidas por las organizaciones externas –incluidos los organismos de cooperación– en lugar de apuntarle a las de los propios investigadores (véase ‘Investigación aplicada desplaza a ciencia por curiosidad’). Los segundos, subraya, necesitan asegurar que los financiamientos externos respalden la investigación científicamente desafiante.

Un peligro diferente es puesto de relieve por Ellen Hazelkorn, Decana de la Escuela de Posgrado del Instituto de Tecnología de Dublín, en Irlanda. El número creciente de las influyentes clasificaciones para las universidades está llevando a muchos institutos de formación superior a centrarse excesivamente en actividades que otorgan alta puntuación en los cálculos de clasificación, sostiene (véase ‘El problema de la clasificación en las universidades’)

Poner énfasis en los resultados de investigaciones de nivel internacional, advierte, puede conducir a la descalificación de otras actividades, como la enseñanza y superación social. Estas pueden ser no menos importantes en la evaluación del impacto de una institución, pero son más difíciles de medir.

Lecciones aprendidas

No pretendemos que ésta sea una lista exhaustiva de los temas que confrontan las iniciativas de educación superior en el mundo en desarrollo, o los organismos de ayuda que buscan apoyarlas.

Pero esperamos que estos artículos, enlazados a material de contexto, proporcionarán un panorama útil sobre algunos temas clave al respecto.

Ciertos signos demuestran que la educación superior está regresando a la agenda de cooperación. El año pasado, por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos lideró dos cumbres internacionales sobre educación superior que habrían sido inconcebibles hace diez años, y se habla de que el Banco Mundial, seguirá el ejemplo con una reunión similar a fines de este año.

Las políticas sobre educación superior en los países en desarrollo deben ser genuinamente adecuadas a sus necesidades y recursos. Nadie quiere repetir el proceso que condujo a la desatención de la educación superior en gran parte de muchos países en desarrollo. Esperamos que estos informes especiales aseguren que eso no suceda.

David Dickson
Director, SciDev.Net