12/07/15

Radar Latinoamericano:¿Cuántos científicos hay que tener?

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Crédito de la imagen: Ministerio de Ciencia de Argentina

De un vistazo

  • En la región falta una noción más profunda de “medir la ciencia” que el simple conteo de científicos.
  • Si bien Latinoamérica necesita más de los 250.000 científicos que tiene, es necesario preguntarse para qué los quiere.
  • Que sean muchos o pocos dependerá de la importancia que tiene la ciencia en la estrategia de desarrollo del país.

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Pocas veces una directriz de políticas públicas es tan clara como la que se le ocurrió al vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, en 2009: “menos abogados y más científicos”, aconsejó, a sus universidades, según reportó Laura Guachalla en SciDev.Net. Si bien la frase “apoyar a la ciencia” evoca casi inevitablemente un incremento presupuestal, la indicación de García Linera juguetea con un indicador distinto: “más científicos”.

¿Podemos saber cuántos científicos debería tener un país latinoamericano?

Parece obvio que invertir más aumentaría el número de doctores en ciencias, pero la pregunta rebasa lo obvio: ¿hay tal cosa como una cifra óptima?

Jorge Flores, un reconocido físico mexicano, tiene una cota mínima para su país: 200.000. En una conferencia en abril de 2015, Flores relató cómo “en 30 años la comunidad científica mexicana ha crecido de 1.400 a 24.000”[1]. Ese crecimiento responde a la existencia, desde 1984, de un Sistema Nacional de Investigadores (SNI) que en México otorga “estímulos económicos”[2] sustanciales. Empero, Flores opinó que en el SNI “debería haber, mínimo, 200.000”.
 

Mal de Muchos

Contar científicos suena fácil, pero las incertidumbres asociadas sugieren que es un asunto enredado. Una fuente bien reputada, la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT), sostenida por la Organización de Estados Iberoamericanos[3], acusa huecos en sus bases de datos. Las comparaciones, por tanto, deben interpretarse con cuidado. Por ejemplo, en números absolutos (simple conteo de individuos), Latinoamérica y el Caribe sumaban casi un cuarto de millón de científicos en 2012 —según el reporte más reciente de RICYT[4]— , de los cuales cerca de 100. 000 estaban en Brasil.

Pero contando investigadores por cada mil habitantes en la población económicamente activa (PEA) emergen resultados sorprendentes. Argentina, con casi 5 por cada mil habitantes en 2012, está a la cabeza; y la última cifra de Brasil (2010) es 2,51, y queda por debajo de Costa Rica, con 4,21 (2011).

“Los países que no han rebasado 0,5 científicos por 1.000 habitantes de la PEA desde 2005 revelan un patrón incómodo: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Panamá”

Javier Crúz

Para tratar de compensar los huecos, busqué en RICYT los países que en algún punto entre 2005 y 2012 hayan rebasado 1 científico por cada mil habitantes de la PEA. Son pocos: Argentina (4,79 en 2012), Costa Rica (4,21 en 2011), Puerto Rico (2,99 en 2009), Brasil (2,51 en 2010), Uruguay (1,48 en 2012), Trinidad y Tobago (1,45 en 2012) y Chile (1,27 en 2012)[5]. Como contexto, Portugal tenía 18,26 y España 9,53 en 2011.

Peor aún, los países que no han rebasado 0,5 científicos por 1.000 habitantes de la PEA desde 2005 revelan un patrón incómodo: Guatemala, Honduras[6], El Salvador, Nicaragua y Panamá.

Jorge Huete, presidente fundador de la Academia de Ciencias de Nicaragua, me escribió que “no existen estadísticas actualizadas en materia de ciencia y tecnología y no se cuenta con información certera sobre el número de científicos. La Academia estima que existen alrededor de 250 científicos activos de nivel de PhD (hay investigadores con niveles inferiores)”. Según RICYT, a excepción de Costa Rica, que rebasó los 8.000 en 2012, ninguna nación de América Central tiene 1.000 científicos[7].
 

¿Las Cuentas de la Lechera?

Una cosa es la cantidad de científicos que hay y otra la que debería haber. Desde México, Flores razonó así el origen su cifra mínima (200.000): México tiene el PIB número 14 en el mundo, pero su producción científica (medida por publicaciones) es mucho menor. “México ocupa un lugar mucho más bajo que el que correspondería a nuestra situación económica (…) Por tanto, se debe aumentar el número de científicos. Con el número que propuse llegaríamos a estar en un sitio correspondiente a la potencia económica que es México”.

Pero si ese criterio se aplicara a las naciones centroamericanas, ¿deberían conformarse con pocos científicos? Si se acepta la premisa de que la producción científica es motor de desarrollo económico, se entiende que no. Y esto genera otro problema: ¿cómo debe interpretarse la “producción científica”? ¿Siempre como publicaciones en revistas de alto impacto internacional?

Huete critica los criterios bibliométricos: “Se dejan afuera otras implicaciones sustanciales del quehacer científico, como su importancia para el sistema educativo o de salud, y en la formación de una cultura científica”.

Además de necesitar ciencia básica, los países centroamericanos con recursos escasos deben atender también “los asuntos urgentes (los bajísimos niveles educativos, los deplorables niveles de pobreza y la creciente desigualdad) y las necesidades de desarrollo. Ninguno de estos problemas puede resolverse sin la contribución de los científicos nacionales”.

Hace falta una noción más profunda de “medir la ciencia” que el simple conteo de científicos. De hecho, la inversión —porcentaje del PIB dirigido al sector— debería implicar mejores condiciones de investigación, pero esa correlación no es automática. Equipo, laboratorios y edificios son indispensables, pero no lo son menos la seguridad laboral, la movilidad académica y el impulso a las nuevas generaciones.

Más aún, si bien podemos acordar que Latinoamérica necesita más de 250.000 científicos, igual necesita preguntarse para qué los quiere. Que sean muchos o pocos dependerá de cuánta importancia tiene la ciencia en la estrategia de desarrollo, qué tan compatible con la ciencia sea la cultura dominante, etcétera.

Este Radar Latinoamericano ya ha identificado la necesidad de examinar cuestiones como la agenda de investigación regional, la subordinación de lo ambiental a lo econométrico, la falta de impacto en las “grandes ligas” o la burocratización excesiva. Ampliando el horizonte, Huete aboga por considerar “la pertinencia y relevancia del quehacer científico en el desarrollo nacional y la solución de problemas locales. Es aquí en donde reside la mayor dificultad del sistema: conseguir la mejor pertinencia de la ciencia local”.

Es decir, un criterio cualitativo de calidad de la producción científica desde una perspectiva claramente social. Mucho me temo que no es el criterio dominante, independientemente de si se tienen muchos o pocos científicos.