27/07/12

Cómo pueden aprender entre sí ciencia y Olimpiadas

El espíritu olímpico personifica inclusión y cooperación y no solo competitividad Crédito de la imagen: Flickr/chippykev

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Cada cuatro años, los países de todo el mundo se reúnen para descubrir qué ciudadanos pueden correr más rápido, saltar más alto y además sobrepasar a los de otras naciones en una amplia gama de actividades atléticas y deportivas.

En los Juegos Olímpicos 2012, que se inauguran esta semana en Londres, se ganarán medallas, se romperán récords y se celebrarán logros, y los ojos se posarán en las tablas que muestren qué países han superado a sus rivales.

Inevitablemente, dominará el espíritu competitivo. En esto, los juegos actúan como una metáfora gigante de la economía global, en la que se reconoce la competencia como la fuerza impulsora que garantiza un aumento general en los estándares, incluso entre quienes aspiran —pero no necesariamente alcanzan— a los más altos niveles de logros.

Sin embargo, detrás de todo esto hay un aspecto menos celebrado. Los juegos también representan un logro en la cooperación a nivel nacional e internacional.

En los deportes de equipo la cooperación entre sus miembros es obviamente esencial. Y en los Olímpicos (y en los próximos Paralímpicos), los países dejan de lado sus diferencias políticas (o cuando menos la mayoría de ellas) y demuestran un compromiso común a un sistema del que, al final del día, todos los participantes deberían beneficiarse.

La ciencia en los deportes

La ciencia ha jugado un papel cada vez más importante —aunque a veces ambiguo— en el deporte. Algunos aportes, como el desarrollo de drogas que mejoran el rendimiento, caen de lleno en la categoría negativa.

Aquí se puede trazar un paralelo con la forma en que se ha usado la ciencia para asegurar la superioridad militar, distorsionando la contribución potencial de la ciencia al progreso social.

Sin embargo, otras contribuciones de la ciencia a los logros deportivos han sido más constructivas. La comprensión científica de los logros físicos humanos —como el análisis de los movimientos musculares de los nadadores— ha contribuido a muchos programas modernos de entrenamiento.

Además, se ha aceptado la tecnología, contemplada en los límites de la competencia justa. El ejemplo más reciente son las prótesis de piernas de fibra de carbono más livianas usadas por Oscar Pistorius, velocista sudafricano.

E incluso en el caso de las drogas que mejoran el rendimiento, las técnicas avanzadas de detección con frecuencia ofrecen una ventaja a las autoridades de inspección, pese a que la batalla para mantener la delantera es continua, y no siempre exitosa.

Falta de recursos

No obstante, también existe el peligro de que los recursos que se requieren para desarrollar los aspectos positivos de la ciencia deportiva pudieran distorsionar la brecha entre los países ricos y los pobres.

Esto va paralelo a la esfera económica, donde los países que son capaces de mejorar su competitividad mediante la innovación científica tienden a superar a los que carecen de recursos —o voluntad política— para hacerlo.

En los deportes, hasta cierto punto esta brecha se puede compensar por la capacidad natural. Y esto parece tener probablemente un componente genético; por ejemplo, se ha demostrado que los africanos tienen una prevalencia mucho mayor que los europeos de un gen específico que ha sido vinculado al éxito en los deportes atléticos y de potencia. [1]

Pero la capacidad natural, como todos los atletas saben, es solo la mitad de la historia. Esta capacidad tiene que aprovecharse y perfeccionarse si se quiere alcanzar el nivel de rendimiento requerido por los competidores olímpicos de hoy.

Dominio de los países desarrollados

La ciencia del deporte puede ayudar con este proceso. Pero es un negocio caro, que requiere un nivel de compromiso financiero que no todas las naciones pueden permitirse.

Como resultado, y a pesar del compromiso olímpico con la universalidad, la tabla de medallas tiende a estar dominada por aquellos países, especialmente los Estados Unidos, que también dominan la economía global.

De hecho, se puede extraer otro paralelo en la forma en que los deportes olímpicos de hoy en día, al igual que la ciencia global, tienden a estar dominados por los juegos y tradiciones establecidos por el norte industrializado.

Queda poco margen para el compromiso con actividades deportivas indígenas del mundo en desarrollo —tales como el sepak takraw, voleibol de puntapié jugado en la Península de Malasia, o el kabaddi, juego del sur de Asia— que tienden a recibir menos atención, incluso dentro de sus países de origen.

Lo mismo puede decirse de la forma como las principales corporaciones multinacionales suelen usar los Juegos Olímpicos, con un propósito global de marca, haciendo caso omiso acerca de cómo los bienes que promueven puedan desplazar a los productos locales e, irónicamente, incluso fomentar estilos de vida poco saludables.

Éxito para todos

Si se puede extraer una conclusión, esta radica en la manera en que la ciencia y el deporte son actividades cuya dimensión global pueden enfatizar un sentido de solidaridad entre las naciones a través de la consecución de objetivos compartidos.

Sin embargo, ambos también nos muestran que la competencia puede ser atenuada con la cooperación para confluir de la manera más armónica en cómo alcanzar esos objetivos y en lo que constituye el éxito.

Sin este balance, una búsqueda irrestricta de la supremacía global no solo fomenta una forma poco atractiva de nacionalismo —visto en su extremo en los Juegos Olímpicos de Berlín dominados por los nazis en 1936— sino que además refuerza la brecha entre países que cuentan con los recursos necesarios para triunfar y los que no.

En cambio, cuando los fondos necesarios están disponibles para la construcción de las capacidades locales (como sucede con las ganancias de la Copa Mundial que se devuelven a las organizaciones locales de fútbol) tanto la ciencia como el deporte pueden hacer importantes contribuciones al desarrollo internacional.

Es poco probable que los objetivos de cooperación y solidaridad figuren en primer lugar en la mente de los competidores olímpicos en las próximas dos semanas.

Sin embargo, deben encarnarse en un espíritu olímpico inclusivo de la era moderna, pues son necesarias para apoyar cualquier esfuerzo que ayude a la ciencia a crear un mejor futuro para todos, y no solo para aquellas naciones que aspiran a la grandeza olímpica, sino también científica.

David Dickson
Editor SciDev.Net

References

[1] Berman, Y., North, K.N. A gene for speed: the emerging role of α-actinin-3 in muscle metabolism. Physiology 25, 250–259 (2010)

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