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Con la muerte de Arthur C. Clarke, la ciencia y el pensamiento racional han perdido a uno de sus principales promotores.

“Por cada especialista, existe otro experto del mismo reconocimiento, pero con ideas opuestas”, escribió alguna vez Sir Arthur C. Clarke, parodiando la tercera ley del movimiento de Newton. Clarke, quien falleció el 19 de marzo de 2008 a los 90 años, se conectaba así con políticos y ciudadanos desconcertados por el hecho de que las opiniones científicas se encontraran divididas o polarizadas.

El talento de Clarke no residió sólo en descifrar las capacidades técnicas de la humanidad, sino también en explorar la relación existente entre ciencia y sociedad. Con su muerte, la ciencia ha perdido a un promotor entusiasta y lúcido, que retaba a los científicos a desempeñar un papel más destacado en la formulación de políticas públicas, a la vez que exigía a los líderes políticos tomarse la ciencia en serio.

Fuerzas impulsoras

Conocido sobre todo como escritor de ciencia ficción verosímil, Clarke abordó, entre otros temas recurrentes, la evolución de la especie humana hacia criaturas espaciales con capacidad de comunicarse con la inteligencia extraterrestre.

Sin embargo, nunca fue un seguidor acrítico de la ciencia, y eso perdurará como parte de su legado. En un ensayo que publicó en Science advertía: “Durante más de un siglo, la ciencia y su –en ocasiones malvada– hermana, la tecnología, han sido las principales fuerzas impulsoras que dan forma al mundo. Ambas determinan los diferentes tipos de futuro posibles. Pero la sabiduría humana debe determinar cuáles de ellos son deseables”.

Acorde con su pensamiento, Clarke usaba con frecuencia sus historias para advertir sobre futuros indeseables. Por ejemplo, imaginó a los supercomputadores tomando el control (HAL en 2001: Odisea del espacio), y el fin de la vida en la Tierra por guerra nuclear, impacto de asteroides o cambio climático.

Apuntalaban su imaginación fértil una sólida base en física y matemáticas, y una comprensión cabal de la dinámica social y cultural de la ciencia en el mundo contemporáneo. Gracias a estas cualidades, Clarke llegó a ser un comunicador de la ciencia eficaz y creíble, en particular en temas como la navegación espacial, las tecnologías de la comunicación y los escenarios futuristas.

La obra de Clarke, sus intervenciones televisivas y sus conferencias sirvieron de fuente de inspiración a generaciones de exploradores del espacio, ingenieros de programación y amantes de la técnica. En especial, Clarke desencadenó la globalización de la información cuando propuso en 1945 la idea del satélite de comunicaciones geoestacionario, artefacto que gira alrededor de la Tierra con la misma velocidad que ella, por lo que parece estar fijo sobre su superficie.

Creacionismo y cienciología

Todavía falta evaluar del todo la verdadera influencia política de la obra de Clarke. Por ejemplo, sólo décadas después de la publicación de su libro La exploración del espacio (1952), Clarke descubrió que el precursor de la exploración espacial estadounidense Wernher von Braun se había valido de esa obra para convencer al presidente Kennedy del viaje a la Luna.

Teniendo en cuenta su cobertura de las misiones del Apolo en la televisión de Estados Unidos, no sorprende que Clarke se horrorizara al ver que una cantidad importante de modernos estadounidenses creían que la llegada del hombre a la Luna había sido una sofisticada broma de mal gusto perpetrada por Hollywood y la NASA.

De hecho, Clarke no dudó en cuestionar una enorme variedad de creencias anticientíficas y prácticas supersticiosas, desde el creacionismo y la cienciología, hasta la astrología y la caminata sobre fuego. Se unió en estos esfuerzos a otros paladines de la lucha contra la pseudociencia, como los científicos Carl Sagan y Stephen Jay Gould, y el mago James Randi.

Durante un tiempo, hasta llegó a mantener una vida modesta como profesional de la indagación escéptica. Empezando por El misterioso mundo de Arthur C. Clarke (1980), condujo tres series de televisión en las que investigaba (y a veces exponía) gran cantidad de misterios, supersticiones y fenómenos paranormales.

Incluso cuando no hallaba explicaciones convincentes, Clarke no dejaba de resaltar la importancia de mantener la mente abierta y seguir planteándose preguntas. Y en lugar de hacer caso omiso a las obsesiones populares, intentaba involucrar a sus promotores en un diálogo racional. Clarke era eso, un genial moderador que siempre buscaba tender puentes, ya fuera entre los científicos y el público, o entre “dos culturas” tan diferentes como las artes y las ciencias.

En realidad, él mismo cabalgaba entre las dos esferas con destreza y autoridad. Su defensa de la divulgación de la ciencia y, por ende, de su comprensión pública, marcó la totalidad de su carrera profesional, de casi 70 años.

Clarke subrayó este compromiso en lo que sería su último discurso público, pronunciado a mediados de febrero pasado con motivo del lanzamiento mundial del Año Internacional del Planeta Tierra (AIPT), en la sede central de la UNESCO, en París: “Me complace escuchar que el AIPT está otorgando la misma importancia a la creación de nuevo conocimiento que a su difusión. Hoy, más que nunca, necesitamos que el público comprenda la actividad científica y se involucre en ella… Es vital para que la ciencia influya en la política y mejore nuestra vida”.

Obsesión por la astrología

En su esfuerzo por promover tales estrategias en Sri Lanka, su tierra adoptiva desde 1956, Clarke ganó algunas batallas y perdió otras.

Empezando por el lado positivo, sus recomendaciones sobre el desarrollo de las telecomunicaciones, la preservación de las fuentes de energía y el manejo de los recursos costeros a veces llegaron a traducirse en políticas públicas.

No obstante, ni siquiera medio siglo de Arthur C. Clarke fue suficiente para librar a los habitantes de Sri Lanka de la obsesión por la astrología. Astrónomo de toda la vida, pedía a los astrólogos que explicaran los fundamentos de su trabajo con argumentos racionales. El reto fue hábilmente evadido, y la astrología sigue ejerciendo un papel importante sobre la política, las medidas de gobierno, los negocios y la vida cotidiana.

Incluso el instituto de investigación del gobierno, que lleva el nombre de Clarke, encarga la construcción de edificios en función de ‘períodos favorables’ desde el punto de vista astrológico. Es más, en abril de 2006, cuando astrólogos, nacionalistas y monjes budistas convencieron al gobierno para que cambiara la hora oficial de GMT+6 a GMT+5:30, la voz racional de Clarke fue ignorada por completo.

A pesar de ello, Clarke nunca abandonó la lucha por imprimir racionalidad al tratamiento y la discusión de los asuntos de interés público y siguió defendiendo la causa hasta el final. Al hacerlo, protagonizó una visión que había esbozado 45 años antes.

Cuando en 1962 recibió en Delhi el Premio Kalinga de la UNESCO para la divulgación de la ciencia, Clarke afirmó: “El fanatismo y la superstición son dos de los grandes males que aquejan a Asia, manteniendo a millones de personas en un estado de pobreza físico, mental y espiritual. La ciencia, tanto en el sentido cultural como tecnológico, es el gran enemigo de ambos y, por tanto, la única arma para acabar con ellos y procurar a naciones enteras una vida mejor”.

Nalaka Gunawardene

El periodista Nalaka Gunawardene fue discípulo de Arthur C. Clarke, con quien trabajó durante 20 años. Gunawardene es además directivo de SciDev.Net. Se puede visitar su blog en http://movingimages.wordpress.com/