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Los países en desarrollo con mayor agrobiodiversidad no necesariamente tienen garantizada su seguridad alimentaria ni la nutrición de toda su población, en especial de las comunidades más pobres que —paradójicamente— están asentadas en las zonas más ricas en biodiversidad.

Esto sucede, por ejemplo, en Perú, uno de los 15 países más megadiversos del mundo, donde las zonas de más alta agrobiodiversidad coinciden plenamente con las áreas de mayor desnutrición.

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Zoraida Portillo

La creación de una zona de agrobiodiversidad en los territorios de tres comunidades campesinas de la Región Huánuco, en los Andes centrales, representa un nuevo enfoque para abordar el derecho a la alimentación de los más pobres y vulnerables al integrar la investigación, el manejo racional de los recursos hídricos y de suelos, los recursos genéticos y los conocimientos tradicionales asociados, todo ello a cargo de los propios campesinos, y sin descuidar las actividades de incidencia, capacitación y difusión a diversos niveles.

La zona fue creada este año por una ordenanza del Gobierno Regional de Huánuco y se propone como modelo para otras áreas del país. Es el fruto de años de trabajo de organismos públicos, no gubernamentales y la universidad de la región.

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SPDA

“¿Cuál es la relación entre agrobiodiversidad, soberanía alimentaria y nutrición? ¿Y cómo integrar esos tres temas para superar la desnutrición?, esto plantea un desafío de investigación”, reconoce Manuel Ruíz, de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) y coordinador del proyecto ABISA (Agrobiodiversidad y Soberanía Alimentaria), el proyecto impulsor de zonas de agrobiodiversidad, que trabajó en tres regiones naturales del Perú con elevados índices de deficiencias nutricionales.

Entre 2012 y 2015 realizaron investigación, actividades de conservación de ecosistemas agrícolas y revaloración de cultivos nativos usados en la dieta de los pobladores de comunidades de Loreto en la selva; Cusco en los Andes, y Lima rural en la costa.

En estas zonas, los pobladores registran altas tasas de desnutrición crónica y anemia, pero increíblemente también existe una alta producción local de alimentos agrícolas, pesqueros y pecuarios.

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IDMA

“Durante la creciente de los ríos, cuando el agua sube, despejamos las orillas. Cuando se retira, aprovechamos para sembrar arroz o maní en las zonas llamadas ‘playas’. Estas zonas nos benefician porque nos dan tierras buenísimas para sembrar. El invierno, en cambio, nos perjudica quitándonos la oportunidad de sembrar yuca o plátano. Para nosotros, estos cambios no son una novedad, más bien, nos preparamos para conservar durante esa época. El agua nos quita tierra, pero nosotros innovamos con ideas”, explica Henry Huayabán, agricultor y teniente gobernador de la comunidad de Sapuena, Loreto.

Lucelma Meléndez, agricultora de Flor de Castaña, también en Loreto, complementa: “Cuando la tierra baja y el agua aumenta tenemos que pasarnos a la zona que no está inundada. Con estos cultivos nos mantenemos: cosechamos, vendemos y comemos. Por ejemplo, yo no consumo todo lo que siembro. Con las ventas a veces sustento compras básicas en mi hogar”.

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SPDA

Partiendo de experiencias similares a estas, el proyecto “ha sumado esfuerzos entre la ciencia y los conocimientos ancestrales para construir un sistema alimentario inteligente y biodiverso basado en ecosistemas y que tome en cuenta los comportamientos climáticos, la biodiversidad local, los ciclos de nutrientes de suelo e hídricos, y los patrones culturales referidos a los alimentos actuales y ancestrales recuperables”, sintetiza Ruiz.

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SPDA

Un componente de la investigación científica de la agrobiodiversidad de las zonas intervenidas fue estudiar los procesos y códigos culturales que llevan a hombres y mujeres del campo a conservar o abandonar sus variedades nativas y su cambio por otras más comerciales.

Un resultado muy importante fue constatar que la soberanía alimentaria requiere espacios para desarrollar sistemas agrícolas adecuados a las realidades locales y no solo dirigidos a los mercados.

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IDMA

“Anteriormente cocinábamos de acuerdo con lo que teníamos en casa. Por lo general vendíamos nuestros productos para luego comprar arroz, fideos y otros que servían para hacer rápido nuestros alimentos. Pero luego, gracias a las capacitaciones, cambiamos estas costumbres y empezamos a consumir un poco más lo que cultivábamos. Así, sentimos que la familia está mejor alimentada porque todo es natural de nuestras chacras”, señala Marialez Llata, de la comunidad de Suricancha, Lima.

Y añade: “Durante toda la semana variamos la comida, sin dejar de consumir los productos de la zona como habas, maíz, trigo, ocas, papas, olluco, cuyes. Todo esto al inicio fue difícil, pues ya nos habíamos acostumbrado también a los nuevos productos, pero poco a poco recuperamos nuestra cultura alimentaria y entendimos que los productos naturales son más nutritivos y saludables”.

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SPDA

“La zona de agrobiodiversidad abre una buena posibilidad para fortalecer el trabajo que hacemos los productores que conservamos recursos genéticos y promovemos su revaloración cultural, ecológica y económica”, dice Victoriano Fernández, presidente de la Asociación de Productores de papa nativa de Huánuco.

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Zoraida Portillo

Sin embargo, los avances en el conocimiento de los cultivos nativos y los procesos que impulsan su conservación requieren complementarse con el mantenimiento in situ de bancos de semillas y jardines botánicos.

“La rica agrobiodiversidad no garantiza una dieta adecuada ni una nutrición balanceada de por sí”, dice la fitomejoradora María Scurrah, ex directora de la ONG Yanapai, que trabaja en otra zona de alta biodiversidad pero con los peores índices de desarrollo humano del país: Huancavelica, también en los Andes.

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Zoraida Portillo

Finalmente, César Gutiérrez Oré, zootecnista del Instituto de Desarrollo y Medio Ambiente (IDMA), institución que trabaja en Huánuco desde 2001, destaca la necesidad de desarrollar políticas de formación de nuevas generaciones de científicos que aseguren la revaloración agraria y alimentaria basada en recursos genéticos adaptados a cada ecosistema.

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Zoraida Portillo