15/01/15

Radar latinoamericano: la economía, sin eco, suena mal

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Crédito de la imagen: Tim Dirven / Panos

De un vistazo

  • El cambio climático tiene cierto grado de remedio, pero se alega que afectaría al PIB
  • Como el PIB excluye toda medida ambiental, la noción de crecimiento está distorsionada
  • Varias ciencias deberán resolver el problema de asignarle valor a la Naturaleza

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La economía no suele ser pródiga en buenas noticias, pero la caída de los precios del petróleo le ha dado a los medios un pequeño festín. “La primera en ganar es la economía mundial”, publicó la revista The Economist.[1] “Un cambio de 10 por ciento en el precio del petróleo se asocia con un cambio de alrededor de 0,2 por ciento en el Producto Interno Bruto (PIB) global”.

La explicación es intrigante. “Una caída de precios impulsa el PIB al desplazar recursos de los productores a los consumidores, que gastarán sus ganancias más probablemente que los jeques acaudalados”, alega The Economist. Merece la pena revisar dos aspectos. El primero es explícito: cuanto más consumidores dispendiosos, mejor para la economía. Parece razonable, pero si el dispendio ocurre, digamos, en productos electrónicos —teléfonos portátiles, computadoras, televisores—, o en mayor consumo de combustibles fósiles, la bonanza en la caja registradora le pasará factura al medio ambiente.

Esto lleva al segundo asunto. The Economist da por sentado que el PIB es una medida adecuada de desarrollo económico, premisa aceptada frecuentemente sin cuestionamiento. Si bien la critican los opositores al capitalismo globalizado, no hace falta ser un altermundista para encontrarle oquedades. Considérese este extracto del discurso de un joven político en 1968: “(El PIB) cuenta la contaminación ambiental y la publicidad de cigarrillos. Cuenta las cerraduras en nuestras puertas y las cárceles para quienes las violan. Cuenta la destrucción de las secuoyas y la pérdida de nuestras maravillas naturales (…) Pero el PIB no deja lugar para la salud de nuestra infancia, la calidad de su educación o el gozo de sus juegos. No incluye la belleza de nuestra poesía o la fortaleza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios públicos. No mide nuestro ingenio ni nuestro valor, nuestro aprendizaje, nuestra compasión ni nuestra devoción a la patria. En suma, lo mide todo, excepto aquello que hace que la vida valga la pena”.

¿Un hippie, socialista, abraza-árboles?
No: Robert Kennedy[2].
 

Dos Ciencias Separadas

Como el PIB ignora cualquier impacto ambiental, permite la paradoja de que la destrucción de un bosque —con mano de obra, maquinaria pesada y transporte de carga— sea registrada como “crecimiento económico”, y la reforestación posterior de la misma tierra devastada —con mano de obra, semillas, fertilizantes y sistemas de irrigación— también, aún si al final ha habido una seria pérdida ecológica.

El desacoplamiento entre la economía y la ecología es un problema heredado del siglo XX, probablemente producto de una interpretación fallida de la economía como ciencia. Según el Diccionario de la Lengua Española, economía es la “ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos”[3].

“Escaso o no, el uso del capital natural debería ser de interés para la ciencia económica porque debe ser jerarquizado”

Javier Crúz

Pero Francisco Giner de los Ríos, economista mexicano formado en la Universidad Católica de Chile, advierte que esta es una versión incompleta de la formulada por Lionel Robbins en 1932[4]: “La Economía es la ciencia que estudia el comportamiento humano en su relación con fines y medios escasos que tienen usos alternativos”. Robbins advierte que, al elegir unos de entre los varios usos alternativos de los medios escasos, se renuncia a otros usos, a los cuales, en diferentes circunstancias, se habría preferido no renunciar. Es decir: se jerarquiza.

El problema es que, históricamente, los recursos naturales han sido considerados como no escasos. El ecólogo Miguel Equihua me contó cómo “hace 20 años, en las clases de Recursos Naturales hablábamos de recursos naturales renovables, no renovables y recursos naturales eternos, como, por ejemplo, el agua”[5]. Siendo “eternos” no podían ser escasos. Por tanto, al ignorar la jerarquización insinuada por Robbins, los recursos naturales escapaban al interés de la ciencia económica.
 

¿La pregunta más urgente del Siglo XXI?

Ya nadie puede sugerir seriamente que los recursos naturales son eternos e infinitos; de hecho, muchos son ya muy escasos. Por tanto, de interés económico. Además, los ecólogos han desarrollado el concepto de capital natural, equiparable con el capital financiero o el capital humano[6]. Escaso o no, el uso del capital natural debería ser de interés para la ciencia económica porque debe ser jerarquizado.

Pero no lo ha sido, y mayormente no lo es aún. El PIB, como ya acusaba Kennedy, no lo contiene. Entonces, mientras el PIB sea el parámetro determinante del desarrollo económico, el aumento del consumo será considerado virtuoso, sea cual sea su impacto ambiental. En esta lógica, el petróleo barato es una buena noticia.

¿Vale concluir que el PIB no funciona como el parámetro fundamental? Andrei Cechin y Henrique Pacini, dos economistas graduados en la Universidad de Sao Paulo, ejemplifican su ineficiencia como indicador: “Puede haber crecimiento (del PIB) con reducción de riqueza si este crecimiento ocurre, por ejemplo, a expensas de la destrucción de bosques enteros o de reservas de petróleo cuyo desarrollo tomó millones de años”[7].

Y Pavan Sukhdev[8], un ex banquero reconvertido al estudio de la economía de los ecosistemas, me explicó que “como el agua dulce no se vende en los mercados, este tipo de pérdidas nunca se reportan en el PIB”[9].

Destronar al PIB debe ser parte de iniciativas mayores. Sukhdev ha alegado que la naturaleza es invisible para la economía actual[10]. Equihua, por su parte, se animó a ofrecer ideas desde las dos ciencias que comparten el oikos: “Que en el diseño de las estrategias productivas se incorpore el análisis de la dimensión ambiental, de manera que no se deterioren las condiciones de funcionamiento ecosistémico que producen y reproducen los servicios ambientales”.

Hay un elemento común aquí: reinventar la forma en que se hacen las cuentas en economía. Hasta ahora, se contabilizan costos ignorando a la Ecología y las interacciones entre ambas. Algunas iniciativas ya existentes —como la de Economía Verde, de Naciones Unidas[11] o la de Economía de Ecosistemas y Biodiversidad[12]— atienden la que acaso sea la pregunta más urgente del siglo XXI: ¿es posible darle valor económico a la naturaleza?
Es impensable explorar esta pregunta sin las ciencias, todas, desde las matemáticas a las sociales. Pero, sobre todo, es impensable continuar con una economía sin ecos de la ecología.

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Javier Cruz es físico de la Universidad Nacional Auntónoma de Mexico (UNAM), ejerce el periodismo de ciencia desde hace 21 años en diarios y revistas, radio y TV. Es académico de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM.