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Hace muchos años, enfrentado a la creciente escasez de alimentos, el gobierno de Burma –ahora Myanmar- ordenó a los campesinos de todo el país comenzar a cultivar arroz, sin importar el tipo de tierra de la que fueran propietarios. Pero el arroz demostró ser totalmente inapropiado para muchas regiones del país, con lo que muchos campesinos tuvieron que enfrentar una pobreza incluso mayor, de la cual todavía no se han recuperado.

El ejemplo es extremo, pero ilustra los peligros de buscar una rápida solución tecnológica a necesidades sociales apremiantes, particularmente cuando la tecnología en cuestión podría no ser apropiada para las condiciones en las cuales se pretende que funcione.

Los biocombustibles no son diferentes. Hay muchas buenas razones para promover nuevas tecnologías que puedan extraer energía de los tejidos de las plantas.

Inicialmente, en países tales como Brasil, el principal incentivo provino del aumento en el precio de otras fuentes de energía y de la necesidad de reducir la dependencia de proveedores extranjeros. Más recientemente, se le ha otorgado un ímpetu adicional al uso de biocombustibles para enfrentar la preocupación sobre la contribución de los combustibles convencionales al cambio climático. 

Pero también hay razones para ser cautelosos ante cualquier intento de imponer un arreglo técnico a problemas sociales, económicos y ecológicos complejos.

Los últimos meses han visto un aumento de los llamados a realizar inversiones masivas en el desarrollo de biocombustibles. También han sido testigos de la creciente preocupación en el sentido de que, a menos que sean manejadas de forma cuidadosa y sensible, tales inversiones podrían terminar causando tantos problemas como los que las motivaron, por ejemplo, al aumentar el precio de los alimentos o limitar las tierras disponibles para la producción de alimentos. 

Mejor conocimiento, mejores decisiones

Para algunos, las potenciales amenazas son tan grandes como la demanda de acción inmediata. El mes pasado, por ejemplo, Jean Ziegler, relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, atrajo amplia atención cuando llamó a una moratoria de cinco años en la producción de biocombustibles. Él calificó el  uso de suelos agrícolamente productivos para cultivos energéticos como “un crimen contra la humanidad”.

Quienes apoyan los biocombustibles, como el Fondo de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, con sede en Roma, criticaron rápidamente las advertencias. Dijeron que no sólo era innecesaria una moratoria, sino que sería imposible implementarla, dado el ímpetu que ya ha adquirido el movimiento por los biocombustibles.

No obstante, todavía debiéramos proceder con cautela. Se debe aprender mucho sobre la mejor manera de desarrollar los biocombustibles: cuáles son las tecnologías de conversión más efectivas, cómo las políticas de uso de la tierra pueden ser compatibles con las necesidades sociales y evitar daños ecológicos que surjan como consecuencia, entre otras.

Obtener respuestas erradas a estas preguntas podría tener consecuencias desastrosas. Incluso si una moratoria no es la mejor manera de proceder, al menos debiera ser una prioridad la investigación que permita responder a tales preguntas.

Y, tal como con el cambio climático, dado que los países en desarrollo estarán en la línea de fuego si se desata el desastre, éstos tendrán un particular interés en asegurarse de que se conozca tanto como sea posible para tomar decisiones sensibles.

Investigación a todo nivel

La investigación debe existir a todo nivel. Una de las más obvias es la investigación en la mejora de la productividad de cultivos de biomasa potenciales, ya sea caña de azúcar en Brasil, jatrofa en el sur de Asia, o fuentes de biocombustibles más nuevas, como la mandioca, que en la actualidad se está estudiando atentamente en muchas partes de África.

Se necesitan estudios para vincular las investigaciones de aspectos técnicos de cultivos particulares con las condiciones bajo las cuales es probable que se cultiven, así como quién sería el beneficiario del cultivo. Un ejemplo de esto es el trabajo que actualmente está llevando a cabo el Instituto Internacional de Investigación en Cultivos de los Trópicos Semiáridos (ICRISAT) sobre formas de asegurar que la producción de jatrofa beneficie a pequeños campesinos.

 

Como destaca William Dar, director general de ICRISAT, las plantaciones de jatrofa a gran escala son una propuesta riesgosa, dado que se conocen pocos detalles científicos sobre la planta. "Esta parece ser una gran oportunidad de nueva investigación que no se ha realizado", escribió Dar en un artículo de opinión para SciDev.Net, como parte de nuestro Informe Especial sobre biocombustibles lanzado esta semana (6 de diciembre).

También es claro que, de manera urgente, se necesita más investigación sobre el potencial impacto ambiental de la producción de biomasa a gran escala. Esto es particularmente cierto para países en África, donde el riesgo es alto, dado que los incentivos comerciales para apresurarse hacia los biocombustibles – en especial con un mercado potencialmente lucrativo haciendo señas en el mundo industrializado- podría llevar a reducir gastos a la hora de tomar en cuenta consideraciones ambientales, como ha ocurrido demasiado a menudo en el pasado.

El ejemplo de Brasil

Brasil ya ha demostrado cómo pueden ser los programas exitosos de investigación en biocombustibles. Aunque el país ha estado haciendo investigación incluso desde los años treinta en el uso de caña de azúcar para producir combustible, fue sólo en la década del setenta –cuando la crisis del petróleo en Arabia disparó los precios- que el gobierno brasileño se embarcó en una inversión a gran escala para investigar el etanol. (ver Etanol de caña de azúcar: el éxito de Brasil).

El resultado ha sido impresionante. El programa de etanol del país no sólo ha contribuido de forma significativa a su seguridad energética, sino que también se ha convertido en una importante fuente de ingreso, posicionando al Brasil como proveedor actualmente de cerca del 30 por ciento de todo el abastecimiento mundial de biocombustibles.   

Igualmente importante es el hecho de que Brasil desarrolló su propio programa de investigación en lugar de depender del licenciamiento de tecnologías desarrolladas en otra parte. Esto ha puesto al país en una posición fuerte para establecer sus propios términos cuando negocia contratos de abastecimiento con otras naciones, particularmente en el mundo desarrollado.

Por lo tanto, es claro que por una variedad de razones, la inversión en investigación sobre biocombustibles debiera estar ahora avanzando hacia un lugar prioritario de la agenda de investigación en el mundo en desarrollo.

Tal investigación no necesariamente producirá respuestas inmediatas a los desafíos del abastecimiento de energía que estos países enfrentan de manera creciente. Sin embargo, producirá la información sobre la cual podrán construirse de forma confiable, respuestas basadas en evidencia para esos desafíos.

David Dickson
Director de SciDev.Net